Antonio Deltoro
(México, 1946)

 

NOCTURNO DE LAS GALLINAS

 

En el corral vecino matan a una gallina. ¿Cuántas habrán muerto esta noche? Ahora es un cerdo el que se queja del cuchillo. Noche de insomnio en la que se adivina entre las mantas la intemperie del frío. Noche en la que la muerte se cuela, entre las mantas, como un anticipo.

 

Ayer mismo, mientras cenábamos entre muchachas rubias, en la mesa vecina, el silencio y el grito se daban de picotazos. Una pareja ya metida en la edad, se clavaba una y otra vez en la náusea y en el infarto. Él, rojo, gritaba con los ojos inyectados, llenándose el buche con grandes trozos de carne, había un gesto estúpido y cerril en su rostro gallináceo. Ella, triste y cruel, calva de plumas, no le miraba, silenciosa, aguardaba  a que estallara. Él lo sabía, le hería su silencio, que era la envoltura perfecta del odio, su silencio presagiaba hemorragias.

 

Ahora otro cerdo es degollado. ¿Y nosotros, que pendemos del dolor, cabezas de cerdo atravesadas por un ojo por el gancho de la sorpresa, cómo sentimos todavía los picotazos? ¿Y ustedes, qué hacen ahí, entre las muchachas rubias y el degollado?

 

ÁNGELES COBARDES

 

Tienen alas y no vuelan. Su mirada estúpida y cruel, su grotesco y ridículo estar aquí. Desterradas del infierno, insoportable su mezquindad para los seres grandiosos y soberbios. Ángeles caídos con las alas atrofiadas por la impotencia. A ciegas, sin saberlo, buscan con el pico sus infernales orígenes. Condenadas por su cobardía a la superficie, llevan en su carne, carne de gallina, el castigo. Muchedumbre de soledades en el corral que en venganza se matan a picotazos. Demonios desterrados, ángeles caídos, tienen alas y no vuelan, condenados por su cobardía a la superficie.

 

BALLENA BLANCA

 

Yo soy un Ahab del lenguaje,
mi Moby Dick nada en el papel blanco,
indistinguible cachalote lo anunciaré desde lo alto,
mi arpón será un lápiz, le daré muerte
o me arrastrará hasta el fondo, quebrando
mi barca de madera.
Gritaré como los marineros de Melville:
«Ojo agudo para el cachalote blanco,
una lanza aguda para Moby Dick».
Descubriré una a una en el océano
las ballenas-blancas del poema,
y fijas con mi arpón las dejaré.
En Nantucket, como Moby Dick, las palabras
no darán provecho, no convertiré su furia
en aceite y sí en trozos de vela que iluminen noches de tormenta.
Las palabras del poema están vivas,
aunque con arpón prendidas al papel,
prendidas al papel y nadando en sus aguas:
¡Olas del pensamiento por grandes peces atravesadas!
¿Hay ballena que nade más
por los siete mares del tiempo,
por los otros siete del idioma,
que la ballena blanca de Melville?
Hace más de cien años que navegan Ahab y su ballena, 
hace mucho más de cien que el hombre pesca
en el papel las palabras del poema.
El Starbuck que hay en mí se rebela.
No venderé su aceite en Nantucket,
jamás arribaré al puerto,
ese trozo de mar en tierra firme,
ese pálido muelle cercado de poemas.
¿Me volveré loco porque Ahab tiene un mástil en los ojos?
Pero Moby Dick no es una ballena
eso lo sabe Ahab, eso lo sé yo.
Monstruo ubicuo, la palabra, ballena blanca,
en todos los mares ataca y se halla.
No es ella, lleva escondidas en su alma
profundidades demoníacas, aguas revueltas y negras;
en su lomo, conchas, algas, mejillones
milenarios y secretos brillan acerados por la luna
con cósmico misterio.
Todas las pasiones contemporáneas del hombre,
y también las cosmogónicas,
botánicas, minerales, zoológicas,
nadan en la ballena del idioma.
Ay de aquel que hunda su arpón irresponsable,
sentirá una fuerte presión, se le desfondará el tórax.
Pájaros marinos, verdugos de un dios que castiga
para siempre a Prometeo,
los peces nadarán eternamente por su quilla,
indiferentes a su dolor, a su mirar vidrioso.
Pero el esperma vigoroso de la palabra
Surgirá la llama de la vida
Vale pues el riesgo. ¡Ahab, dame el arpón!

 

JUEVES


a los amigos del jueves

 

El jueves amanece a la misma hora que todos los días y mucho más abierto.
Es tan generoso conmigo que me entra en la mano caluroso y preciso como una pelota de
esponja.
Discreto, como esas cosas que por fuera son nada, a veces amanece nublado
como si el miércoles no lo anunciara con sus gritos agudos.
Es tan grave, sin duda, que sirve a la sorpresa caminando tranquilo por las noches del
viernes.
Se come a gajos como una mandarina y por las tardes sabe como una manzana.
En todos los jueves está presente el jueves, aun hoy que es martes está presente el jueves.
Se puede caminar los jueves como Cristo en las aguas del lago Tiberiades
e ir sin pisar jamás ni lunes ni domingo derechito hasta el jueves.
Sus mañanas están pobladas de aceras, de calles, de periódicos,
hay gente que las vive miércoles y hay gente que las vive viernes,
yo las vivo jueves como un viaje intensísimo y largo o como un sueño que no quiere
acabar.
Apenas son las doce y ya he conocido mujeres que me han llevado al entusiasmo,
la pelota ha golpeado la pared, me ha llenado de vejez un anciano.
Los jueves el tiempo se detiene, surgen la poesía y los amigos,
es un día de piernas fuertes y de mirada serena en donde por las noches transcurren muchas
vidas.
Abandono el volante y me voy a volar, es jueves en el tiempo del mundo,
es jueves en este acantilado sobre esta playa tenue,
es jueves hoy por la mañana, es jueves en los labios del jueves.
En el viaducto blancas paredes conducen al auto por  la noche,
todo tiempo es jueves entre un puente y otro hacia la casa.
El árbol de los jueves es ancho como el tiempo de los jueves,
los pájaros cubren sus elevadas ramas y surcan el espacio:
el cielo de los jueves es un archipiélago de islas alargadas.
Trepar a las primeras ramas de ese árbol es mirar de cerca la distancia, montar en el
asombro,
saber que si un jueves es un tigre, el otro puede ser volcán y parecerse.
De mañana, cuando el patio se abre suspendido en el juego,
cuando se entra por fin a la clase de historia,
cuando las tardes estimulan la fuga y se quedan atrás,
olvidados en el aula, los apuntes de química, entre niños estudiosos y niñas aplicadas
se prepara a lo lejos el partido nocturno.
También los jueves la gente se suicida, pero no es la misma del lunes o del sábado,
los suicidas del jueves son suicidas serenos, irrevocables,
que se hunden en las aguas del jueves para siempre.

 

CAPILLA  ABIERTA


a Lourdes

 

Me gustan las capillas abiertas para ver el cielo,
las paredes sin techo, las puertas por donde entra la hierba.
No me gustan las cajas, no me asusta la muerte, me asusta el ataúd.
Quiero morir en los volcanes ahogado en fuego y piedra, o en el mar.
Me da miedo lo cerrado, la ciudad, el pensamiento.
Con la intemperie vedada, circulando por bajo, durmiendo sobre el techo de otro
tengo los sueños, te tengo a ti: a la carretera que lleva a la costa,
capilla abierta, ciervo en el bosque, en el jardín la más desnuda.
Tengo en el departamento una voz, una guitarra eléctrica, el suave o violento golpear de
unos tambores.
Eres la más puta y linda del burdel de mis sueños, la menos puta,
la niña, la inocente que copula en la calle como en un jardín y se da cuenta.
Eres la que dice ven y me sube en su música, eres la que juega conmigo
sobre esta alfombra, en esta cama; en este piso que es el techo de otros;
la que se embarca en mis sueños, con la que voy al mar.

 

PÁJAROS

 

El árbol está cargado de sus mejores frutos.

 

DOMINGO

 

Me siento solo como un dedo al que le faltara mano.
El domingo es un híbrido, un animal con pies de sábado y cabeza de lunes,
tierra de nadie que respira aburrimiento, comidas familiares.
Es un juego de cartas donde no se arriesga, música con sordina, sobremesa.
El domingo es anacrónico, corre despacio por miedo al despeñadero,
al infarto del lunes, al infierno: en el domingo los audaces se juegan más que la semana.
El domingo es un día por decreto oficial, un falso día.
El domingo amanece tarde y anochece temprano, es un crepúsculo precoz, entre paredes,
pesado.

 

LOS VIGILANTES

 

En el departamento dormido,
cerrado a doble llave,
se escuchan las voces de los muebles
y el silencio de un gato.
Los perros, en cambio,
vagan por la calle
cumpliendo su misión
de correos entre los ojos abiertos
y los ojos cerrados.
Aunque haga frío
y sienta el calor de las mantas
y la almohada me llame,
los pasos en la intemperie
amplían mi tranquilidad.
Son los trasnochadores
los relevos de los ojos abiertos,
los amantes de la luna y los perros.
Si una noche tan sólo
todos los trasnochadores se durmieran
nadie amanecería,
ellos mantienen la vigilia
como los antiguos sacerdotes el fuego;
son la vertical como la horizontal
se abandona a su silencio,
luchan contra la entropía de la noche,
lo mismo que los teporochos
contra la rigidez del mediodía;
si los teporochos trabajaran
caeríamos en el pozo profundo del trabajo,
un pozo de paredes lisas,
y nadie desde arriba
nos tiraría una cuerda;
ellos son las palmeras,
los arroyos del ocio;
si los teporochos trabajaran
un insomnio fabril dominaría;
duermen a pleno sol
rodeados por sus perros,
los mismos que en las noches
recorren la ciudad.

 

(De Poesía reunida, 1999).

 

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