Armando Roa Vial
(Chile, 1966)

 

DE LA PALABRA SÓTANO

 

De tanto jugar con el lenguaje
olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano
y la noche se desbarrancó escaleras abajo
entre paredes que se ajaban en silencio
y estertores de relojes
y baúles polvorientos
y un vago tumulto de pensamientos muertos.
Todo se volvió subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
Y entonces sentí que algo se despeñaba
en la profundidad devoradora de mi boca
hasta convertirse en forma sombría,
en opresión de tierra
y en proximidad de huesos.

 

DE LA PALABRA FE

 

Has dejado de creer en ella
y ahora se apaga, se extingue junto a ti.

 

Con sus bordes tallados ásperamente.
Con sus largas vacilaciones.

 

Balbucéala y sollózala, Señor.
En el despeñadero de la cruz.

 

Espejéate en su lenta agonía.
Lenta, muy lenta, Señor.

 

Pues ninguna esperanza la consume
y opaco es su fulgor:

 

una sombra tan sólo
o una proverbial mentira, Tú lo sabes bien Mi Señor.

 

Por eso es que ahora se apaga, se extingue junto a Ti,
con todas sus gastadas oraciones, Mi Señor,
en el despeñadero de la cruz,
allí donde los hombres mojan Tu rostro
con el agua bautismal de la muerte.

 

DE LA PALABRA LUNA. ENSAYO DE APARICIÓN FUGAZ

 

Menguando y apagándose
en el provisorio firmamento de una hoja de papel.
Después de ensayar una brecha de luz
en el oscuro espacio de mi voz.
Cuando el aire declinante de la noche
va fijando sus últimas huellas
en la abisal urna del poema.

 

DE LA PALABRA DECAER

 

Compañera mía,
aquí, entremedio de las sábanas,
con tu carne adormecida,
mientras mi silencio va cambiando de postura
sobre la escuálida almohada del hastío.

 

Inhumados el uno en el otro.
Mancillados en una misma tentación.
Estamos solos. Con el corazón agotado.
Sin ningún vestigio de sueños.
Sobreviviéndonos
entre resacas y estertores.
Entre disoluciones.

 

Atrás ha quedado la vida,
como una sombra antigua en un muro abandonado.

 

El brusco despertar de nuestros miedos
nos sacude y nos madruga.

 

Decaemos. Nos apagamos.
Porfiamos
un desfiladero final
a ese “polvo enamorado” que aún ríe enloquecido
después de ensayar la liturgia amenazante del gusano.

 

A LA MANERA DE JOHANNES BOBROWSKY

 

De par en par nos abrieron las palabras.
Las palabras, con sus lívidos desechos,
saltando de boca en boca,
dejándonos a la intemperie,
cambiándonos de soledad.
Nada cede su sitio a este frío,
a esta vasta sombra, a esta noche interminable
de palabras viciando las cosas.

 

Lo sonoro nos invade por todas partes.

 

Ahora que las palabras nos han arrebatado
la dicha de enmudecer.

 

((De El Apocalipsis de las palabras).

 

DESDE LA HABITACIÓN 24: HENRY DAVID THOREAU Y SU AMADA

 

i.-
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos juzgados por el amor.
Así, después de cercenar las malezas
nos internamos en el bosque.
El cielo latía a corazón abierto
ya acallados los vientos sombríos que cabalgaban la ruina de los pájaros.
La muerte se moría de celos, apartada a un costado del camino,
como un ramaje de hojas secas sin reflejos en el agua.
El balbuceo insensato de la boca,
depuesta la palabra,
alcanzó la vertiginosa quietud del silencio.
El amor había sorteado las cegadoras ventiscas del miedo y de la duda
con la humilde armadura de la carne.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
En el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo.
Por eso nos internamos en el bosque
sin demasiadas ceremonias,
aferrados a un puñado de recuerdos
que aun repicaban en las polvorientas campanas del tiempo:
queríamos asentarnos
en el amor
sin oblaciones,
sin limosnas que pedir a la belleza perdida,
sin árboles que deponer en aquel bosque
donde nos internábamos en el atardecer de nuestras vidas,
cuando seríamos juzgados por el amor.

 

ii.-

 

Y arribamos al Hotel Celine
a resguardo de la muerte y de sus ruinas somnolientas,
pues las harapientas caricias del olvido ya no demacraban nuestros rostros.
Eramos dos sombras amuralladas por el deseo
en medio de aquellas alcobas  -almas deshabitadas desde siempre-
y de sus pasadizos eternamente ausentes,
que se deslizaban como larvas hasta perderse en los innumerables rincones
donde la tarde tatuaba su “cortejo de ilusiones remotas”
con la tibia arquitectura de un rayo de sol. 
Donde ya no se es nadie se empieza a ser alguien.
I’ts better to burn out than to fade away.
Estas huellas de hombre que menguan el camino.
I’ts better to burn out than to fade away.
en el atardecer de nuestras vidas, se nos dijo,
seríamos limpiados por la ruidosa marea del corazón.
Rust never sleeps: aquí, en el hotel Celine,
entre muros indecisos humillados por la hierba,
entre lentas escaleras que despuntan en el alba,
entre derruidos ventanales donde se encienden y se apagan tus ojos.
Difícil es acostumbrarnos a nosotros mismos
ahora que hemos dejado “de morir nuestra propia muerte
y la de todos aquellos que vienen tras nosotros”.
Difícil es...
Difícil es...
El amor nos hace prevalecer,
olvidando.
Ay amor, dime quién soy.
Porque en el atardecer de nuestras vidas...

 

iii.-  

 

El fulgor de la erosión
-el incierto corazón del corazón-
conjugando las variaciones del amor.
No hablo del deseo,
la anatomía fraudulenta del deseo
y su retórica sombría
en la cámara nupcial de nuestros cuerpos
-  dos ínsulas extrañas ancladas sobre las aguas del espejo-
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Porque en el atardecer de nuestras vidas...
Tu o yo: ¿ de quién es el turno
en este juego de palabras
donde ya no caben las palabras?
Perdemos para poseer.

 

(De Hotel Celine, inédito).

 

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