Eduardo Chirinos
(Perú, 1960)

 

“25 AÑOS en la vida de un hombre
son dos vidas en uno de 50”, decía mi padre.
Aún lo recuerdo.
Tendría nueve o diez años, edad en que las horas
transcurren con vaga lentitud y cada noche
es un fugaz oscurecer donde habitan los sueños.
(A veces la memoria conserva antiguos sueños
que arden como antorchas ofreciendo su lumbre,
a veces la memoria reclama nuestras manos
que hunde en el estanque buscando su huella).

 

Yo encontré sólo la palabra, lo demás me fue negado.
Fui torpe y tardé mucho en comprender que Jauja es superior
a la utopía, que un gran amor jamás es imposible,
que la infancia nos expulsa con orgullo y luego nos retiene.
¿Qué destino reserva la palabra a aquéllos cuya vida elige?
Difícil responder.
En soledad el niño se masturba y tiene miedo,
comprende que miedo y placer van juntos y son inseparables;
en soledad descubre la belleza y tiene miedo,
comprende que miedo y belleza van juntos y son inseparables.
Queda entonces la palabra,
hondo agujero donde el humo delata su presencia, su alto fuego
que nos toca sin quemarnos;
humo es el signo que precede a los encuentros, vaga ceniza
cuyo fruto es el poema
porque sueño y poema caminan siempre juntos.
Y son inseparables.

 

(De El Libro de los Encuentros, 1988).

 

EL EQUILIBRISTA DE BAYARD STREET

 

Para Roxana y Jorge, que las han visto

 

Camina de puntas el Equilibrista de Bayard Street,
evita el abismo la mirada y arranca de cuajo toda pretensión,
¿de qué sirven el heroísmo, la grandeza, el entusiasmo?
Poca cosa es la vida para el Equilibrista de Bayard Street,
poca la indulgencia de llegar al otro lado y repetir cien veces
la misma operación.
Una mujer lo observa sin asombro,
tras la ventana acaricia el cabello de sus hijos
y turba con su canto los oídos del Equilibrista de Bayard Street.
Los vecinos lo ignoran, beben latas de cerveza, conversan hasta
altas horas de la noche,
¿quién repararía en tan inútil prodigio?
Sólo los niños señalan con el dedo al Equilibrista de Bayard Street;
ellos lo admiran, contienen la respiración y aplauden hasta
espantar a los gatos.
Una iglesia presbiteriana es el orgullo de Bayard Street;
fue construida a principios de siglo y tiene torre y campanario.
Fija la mirada avanza hacia la iglesia el Equilibrista de Bayard Street.
Su esposa ha preparado una pierna de pollo, ensaladas de tomates
y un plato de lentejas,
con suerte harán el amor esta noche y tendrán un instante
de feroz alegría.
Es muy joven la esposa del Equilibrista de Bayard Street;
es ella la encargada de tensar la cuerda, la que mide la distancia
entre la ventana y la torre, la que tiene rostro de heroína
de novela de amor.
A nada le teme el Equilibrista de Bayard Street,
pero hace varias noches que no duerme;
dicen que soñó que sus zapatillas colgaban de la cuerda
mientras los niños esperaban que se despanzurrara de una vez
el Equilibrista de Bayard Street.

 

RARITAN BLUES

 

Para Margarita Sánchez

 

Aquí no hay bulla ni miseria,
sólo un bosque de árboles mojados y cientos de ardillas
correteando vivaces o escarbando una nuez.
A lo lejos un puente
una interminable fila de automóviles retorna a sus hogares
y nubes balando ante un perro pastor y amarillo.
¿Eres tú quien camina en las riberas del Raritan?
Recuerdo un río triste y marrón donde las ratas
disputan su presa con los perros
y aburridos gallinazos espulgándose las plumas bajo el sol.
Ni bulla ni miseria.
El río fluye educado como en una tarjeta postal
y nos habla igual que hace siglos, congelándose
y descongelándose,
viendo crecer a sus orillas cabañas, iglesias, burdeles,
plantas refinadoras de petróleo.
Escucho el vasto rumor del Raritan, el silencio de los patos,
de los enormes gansos salvajes.
Han venido desde Ontario hasta New Brunswick,
con las primeras nieves volarán al sur.
Dicen que el río es la vida y el mar la muerte.
He aquí mi elegía:
un río es un río
y la muerte un asunto que no nos debe importar.

 

 (De El Equilibrista de Bayard Street, 1998).

 

MONÓLOGO DEL POETA Y LA MUSA

 

Canta odiosa di algo ayúdame no te hagas la desentendida
sé que estás allí merodeando entre mis libros arrojándome palabras de otros
burlándote de mi mal disimulada impaciencia.
Anda ven un ratito rasca mi cuello como antes mi cabeza.
Mira se me está cayendo el pelo cada vez tengo más canas ya no soy tan joven
¿pero recuerdas qué bien lo pasábamos?
Remábamos en bote trepábamos árboles apedreábamos cisnes.
Gozabas cuando te estrujaba los senos y te miraba a los ojos como un pájaro
sentimental.
Porque entonces el mundo era nuestro y hasta perdonabas mis errores
de ortografía mi pésima dicción en público.
Ah querida las cosas han cambiado.
Nuevamente han dado las doce y nada he hecho sino tropezarme con mis propias palabras.
Ellas se mantienen jóvenes saltan juegan van solitas al gimnasio.
Sólo yo he envejecido sin darme cuenta he envejecido.
Pero no
no debo permitirme el desconsuelo. No puedo aceptar que te hayas ido
no quiero seguir siendo raíz en las tinieblas repitiendo versos de Neruda que
nunca me gustaron que andan por allí diciéndome eso te pasa por creído.
Ven ven siéntate a mi lado
mira que cada vez escribo peor que la rima se me sale cuando más la evito
que la música es un miserable chirrido que no puedo cortar bien los versos
que las mangas son más largas que el cuello.
Deja entonces de escribir deja entonces de leer. Fácil muy fácil.
Nunca haré caso a tus consejos.
Ven que escucho tu respiración calentándome la sangre
ven que escucho a lo lejos tu canción.
No me importa si debo esperarte como a una falsa promesa
si debo sobornarte con la miserable gloria de un poema mal escrito. 
Estás que ardes. Tienes fiebre. Tal vez estés peor que yo. Lo sé lo sé
el silencio exige un precio muy alto y no pude pagarlo.
No te preocupes no te pediré nada sólo recuerda que fuimos felices
que ardimos en los cuatro rincones del planeta que reímos hasta voltear
el mundo.
Sé que las cosas han cambiado
no soy el de antes y tú no tienes nada que ofrecerme.
Pero no importa igual ven acuéstate un ratito miénteme como antes.
No te separes nunca más de mí.

 

(De Abecedario del agua, 2000).

 

APOLLONMUSAGÈTE

 

Horizontal
diez letras
la primera
ese
la última
y griega
—Debe ser
Stravinsky
“con su ángulo facial
su calvicie
y sus anteojos”
Debe ser
Stravinsky
perdido en Delos
escuchando
los vaivenes de la espuma
el enigma
del agua
el antiguo y solitario
oleaje del mar

 

Nunca hubo
ningún mar
solo el llanto
de Latona
sus piernas doradas
el trágico
y oscuro
nacimiento de los dioses
Conozco a los dioses
sufren de amor como nosotros
su cólera es temible
temible su calma
su injusta claridad

 

¿Estás allí
Apolo Esmínteo?
veo en tus ojos
los ojos de la Sierpe
su lengua
luminosa y podrida
cantando la canción que ignoro

 

El Gran Ratón ha muerto
traigo conmigo su cadáver
la foto
de Vera Sudeikina
los potentes
reflectores de la Sala Pleyel
—Tienes sólo
media hora
me dijeron
las sandalias de Lifar
y no más de seis danzantes

 

En la playa de Delos
bajo un azul purísimo
danza Apolo
(cinco letras)
y nueve muchachas ciegas

 

(De Breve historia de la música, 2001).


PARA LLEGAR A MISSOULA

 

Hace algunos años
leí un poema de Bly sobre Missoula.

 

Todavía lo recuerdo.
Hablaba de un tren
(tal vez la vieja ruta del Pacífico)
en una mañana de invierno. Los durmientes
habían dejado atrás las sombras
y el cristal
surcado por la nieve
dejaba entrever el perfil de las montañas.
Era necesaria la nieve para llegar a Missoula,
para cruzar “la puerta del infierno”
como antiguamente la llamaban los colonos.

 

Nosotros llegamos una tarde de verano
en automóvil. Y hacía mucho sol.
¿Por qué nos perseguía el frío del poema?

 

Para llegar a Missoula
era necesario un tren
y una ventana escarchada y algo de nieve.

 

(De Escrito en Missoula, 2003).

 

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