Henry Luque Muñoz

(Colombia, 1944-2005)

 

AL BLANCO

 

Con una palabra
se puede matar.

 

Aunque haya en contra
toda clase de armas.

 

Aunque se tenga enfrente toda la pólvora.

 

Basta con dispararla en el momento justo,
lanzársela a la cabeza del enemigo.

 

O dejársela para que la recuerde.

 

UNA CARTA DE ALEXANDR PUSHKIN A ANNA KERN DESDE EL MÁS ALLÁ

 

Qué monótona es la eternidad, todo huele
A flores marchitas, a incienso y a olvido.
Aquí la luz viste de capa, los ángeles son pardos
Y su suave rumor afina las alas del sueño.
Me desvela recordar los horrores absolutos de mi Rusia.
Anna, sólo evocar tus ojos de fuego azul,
Tu pelo enredado a mi vida, tus dos manos dementes,
Regala a mi ser una caricia sin pena.
El emperador y su águila de doble pico
Ansiaba arrojar mi cuerpo a los perros.
La muerte acechaba mi sombra, interrogaba mi pluma,
Mi lengua y mi oído, y yo la alejaba
Con el estallido del verso y el redoble de tu paso.
Hoy me rodeó una ráfaga que tenía tu forma
Y quise entrar en ella y transmutarme y tomar el perfil
De mi amada y esquiva Libertad.
Sabes bien que los muertos hablan, que la verdad
Derrite el mármol y la mirada de un hombre limpio
Puede reventar las armas de los dioses depravados.
Mas recordaré nuestra cita: cuando llegaba mi monumento,
Tu cuerpo se atravesó en la calle, Anna, tu cuerpo
Mil veces dormido entre la caja del tiempo.
Sé que tu corazón temblaba como la más huérfana hoja de otoño.
Pero no fuiste tú quien acudió en mi busca.
Yo me convertí en piedra para verte pasar.

 

CARTA AL DIABLO

 

Ella debe ir como una sonámbula...
Vinicius de Moraes

 

Te escribo a tu mansión de tinieblas
para contarte lo mucho que sufro sin ella.

 

Por consejo de tu azufrado pensamiento

 

la busqué y la hice mía
en un lecho, no de jazmines
sino de estrellas reventadas.

 

-Hasta los símbolos del cielo fueron cómplices,
azules cómplices de esa locura-.

 

Tú que hiciste florecer en mi mano
una rosa ensangrentada
para que la pusiera por donde cruza su huella,
sabrás cómo devolvérmela,
pues ella se ha ido
y cuando partió ni siquiera miró hacia atrás
para ver cómo me convertía en estatua de ceniza.

 

Cierra con tu asombroso tenedor
los párpados de los que pasan por su lado.
Que nadie la contemple
como no sean los ojos,
los terribles ojos de mi ausencia.

 

Haz que cuando se enfrente a los espejos
no vea su rostro sino el mío;
pon una lágrima de fuego en su mirada
para que sienta una gota del mar de lava que me azota.
Pero no la dejes sufrir, Señor:
si tropieza en el camino
tiéndele tu invisible capa roja
para que caiga no en el infierno del desvelo
sino abrasada en mi delirio.

 

Hechízala metiendo en su bolso un ruiseñor
que en cada pluma lleve grabado
el verso mío para su corazón escrito.
Entra en puntas de pie a los pasillos de su sueño,
píntale los muros del color de mi zozobra,
y si escapa,
muéstrale mi cabeza cercenada
en un plato de olvido.

 

Viértele en el jugo del amanecer
tus imponderables sales maléficas,
de tal modo que odie para siempre
el sabor de su lejanía.

 

Señor: ella debe estar leyendo ahora
un libro para vaciarme de su pensamiento,
arráncaselo de sus uñas con tu diabólica suavidad;
haz que el silencio
le susurre mi nombre a su oído
y que su saliva le recuerde mis besos.

 

Pues sin amparo y sin estrella me refugié en su lengua,
su desquiciada lengua
en la que escribí con sangre.
Ella habrá roto mi fotografía en mil pedazos,
reúnelos, Señor,
y arma una luna que se asome a su quebranto.

 

En ella germinan ligeros decaimientos,
es entonces cuando tu aliento de abismo
puede alcanzar las cumbres:
que si hay candela en su garganta,
sienta que una ráfaga de abandono
sube desde el corazón
a poner explosiones de tos en su vida;
que si un vértigo atraviesa sus entrañas
sienta que es el huérfano
que esconden mis desvelos.

 

Yo sé que tardíamente concilia el sueño,
transfórmame en la luz de su lámpara,
en el agua que pasa por su cuerpo
cuando se levanta.
Y deja que apoye mi desamparo
en el filo de sus dientes,
que yo sea las palabras
que entran y salen por su boca.
Señor de las Tinieblas: déjala orar,
déjala que se hinque de rodillas
bajo el cielo,
no la martirices en ese instante
furtivamente pecaminoso,
pues nuestro amor es tan grande
que desde la eternidad vendrán los bienaventurados
a aprender cómo se ama con loca ceguera
en este infierno de ausencia.

 

BUMERÁN

 

Yo que hice el largo salto en el Transiberiano,
que conocí los vientos de Kabul,
la gruesa nieve de Petersburgo,
que bebí la salada leche de yegua en la cual se hechizó
Gengis Kan.
Yo que toqué a una puerta en Milos y en Isquia,
que he visto a los murciélagos proteger
la Biblioteca de Coimbra
y ascendí las pirámides de Tikal hasta las nubes.
Yo que me arrastré por el Sahara tras el atardecer,
que en Delfos hablé con el oráculo
y soñé víboras en la esbelta Sarajevo
mientras en la calle Tome Masarika
se desnudaba mi sombra.
Yo que en Delhi vi a los muertos sacudirse el polvo,
que he mirado a los ojos a las deidades de Nara
y respiré cenizas en el Ganges.
Yo que contrarié a las divinidades chinas
en subversivospapiros que de tiempo inmemorial
circularon por la ciudad prohibida,
que acaricié a una virgen del siglo XII
mientras mordía mustias hojas de otoño.
Yo que acuné mi timidez en el trono de un rey,
que hice el misterioso vuelo hasta el paraíso
de unos abrazos
lo que de verdad recuerdo, es el barrio en que nací.

 

(De Polen de lejanía).

 

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