Iván Oñate
(Ecuador, 1948)

 

EL ÁNGEL AJENO

Ángel, cuando di con tu vida
yo era un hombre que venia de alguna mujer y de dos libros
que encontré en alguna cama y sin asombro
los perdí en alguna otra. Ahora soy una disculpa.
Confío que eso quiera decir algo, este momento
que no quisiera decir nada.

De cuando en cuando y de vez en revés
suelo caer a este cuaderno abierto
para escapar de la duración de una lluvia,
de un dolor
o de la duración de mi vida. ¡Pero basta!

Es demasiado mío y demasiado cursi
lamentarse a estas alturas de la noche y
en un puerto del Mediterráneo
donde sin buscar nada
encuentro que he perdido un diente.
Seguro que lo perdí el domingo
mientras te mordía el corazón en un sueño.


Sabes, hoy volví a cruzarme con el hombre
que amenaza hacer un libro con su vida. Agobiado
por tanto ejemplo, terminaré por hacer el mío
embarcado en una borrachera que aún no encuentro.

Seguramente
tendrá la duración de una línea en la palma de tu mano,
o la petrificada juventud
de una estatua
cayendo eterna
a la noche,
a mi vejez,
a la ascendente espuma de la niebla.
O mejor,
te contaría la historia de un muchacho
que se soñó James Dean
y de todo ese juego, lo único que ocurrió
fue que lo encontraran una mañana
crucificado al madero horizontal
de un treinta treinta.

Debería recordar la historia de aquel muchacho
si me tomara en serio, un poco.

Ángel,
te mentiría asquerosamente
si te prometiera que mañana continúo esto. Conozco
alguien lo suficientemente despreocupado y loco
y le he hablado tantas veces de matarme, que temo,
una de estas noches
hundiéndose en la ciudad
tomará el último metro y besando un cuchillo de cocina
como a un hijo que está a punto de morir,
me buscará el pecho
y sin perturbarme el sueño, de tan buena gente,
se cargará con el infierno que a mí me pertenece.

Pero,
no hablemos todavía de eso,
aún queda tiempo para una buena causa, mañana mismo
por medio de la página del lector
voy a ofrecerme para un fornique a beneficencia.

 

No estaría mal
el Coliseo romano, el Luna Park de Buenos Aires o
el prostíbulo desesperado
donde alguien me prestará su cuerpo
y con amargos empujones
agonizaré plenamente. Total,
será una carta más que se pierde, un
sueño menos en la lista, como el invierno atroz
que a Carolina de Mónaco
le envié mi corazón envuelto en un periódico
a cambio de su fotografía.

¡Dios!
Cuándo ocurrió esto que soy ahora. Cuántas veces,
en temibles hoteles, en negras bodegas
que cruzan el océano
me he visto arrancarme de la cama y
quejándome apenas
como para no mezclarme en el sueño de los otros
he llegado hasta un servicio higiénico
y al igual que cientos, miles de desgraciados
con gruesas lágrimas de miel de abeja, he comprobado
que fui feliz en el horóscopo de algún día,
en alguna parte.

Ángel, Ángel,
a esta altura del día o de la noche
ya no se quién eres.
Sólo hay un vacío
una silueta de luz
de alguien que en este instante abandonó la pieza.

 

(De El Ángel Ajeno).

 

ESTACION COCHABAMBA

Era la tarde de un día
hecho para siempre. Yo venía del Sur
sin resignarme todavía y
con un número en la mano
buscaba una puerta
o una tumba, yo no sé.

Pero di con plazas, con calles
que no conducían a ninguna parte.
Con muros negros como los abismos que salían a detenerme o
a empujarme
hasta dar con los andenes de una estación
d fierros detenidos y tristes.

 

Y allí
con el papel en la mano
como una llave o un cirio inútil
fue que los vi, a los tres.
Al viejo
al hombre y a la niña
o tal vez me equivoco
A la vieja
al hombre y al niño
o tal vez
a los tres viejos o a los tres niños
pero ella era hermosa y el hombre era fuerte
y el viejo pensativo y venían
sucios
agotados
moribundos pero con furia, como si una tormenta
de rayos y polvo
los hubiera humillado en su miseria, o fueran
los ángeles sobrantes
de una caída brutal sobre su propia tierra.

 

Y pasaron
sin siquiera verme,
pasaron simplemente.

 

Y yo dejé caer esa llave
que no sonó
porque no hay sonido
cuando algo cae al abismo.


(De El fulgor de los desaollados).

 

BANDA DE ROCK

Ah
Loco pasado

Bella juventud
Con sus ansias de vivir
No una
Sino mil veces

Sin sospechar
Que por pura simetría
Por pura paradoja
Por simple equilibrio de las partes

Quien ama más de una vez
También
Morirá muchas veces.


(de La nada sagrada, 1998).

 

SOGA DE MUELLE


La sirena del auto policial me erizó la piel

Vi mis manos
y las acerqué hasta mi cara

En ellas
aún perduraba el perfume, el olor
de esa huyente carne que amé
hasta la locura

El olor de su cuello
me hizo recordar la madera de un árbol
a través de cuyas ramas
podía contemplar el cielo.

Cabizbajo,
me limpié el sudor
y puede
que alguna lágrima.

En mis manos,
como las marcas veteadas de una soga de muelle

Quedaban las pruebas
de mi juventud
destrozada.
¿Quiénes son esos hombres tristes,
Harapientos?

¿Esos hombres
Que arrastran su sombra
Corroída por el odio?

¿Quiénes
Esos hombres
Lanzados sobre el pecho de sus hijas
Con la ferocidad
De un recién nacido?

Vienen de la guerra.

(Inédito).

 

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