Juan Pablo Roa
(Colombia, 1967)

 

OSCURAS PLANTAS DE LA NOCHE

 

Todo en el cuerpo es un exterminio de jardines y de lámparas, de pérdidas y muebles recordados en su materialidad de lento nocturno.
La mano regresa intacta a la infancia desnuda y risueña sobre el espejo leñoso del parquet:
allí el ventanal helado ante el caer de la lluvia sobre la guacamaya y su jardín;
allí el papayuelo inerme con su perfume de sexo apenas excitado, apenas oprimido por una lenta caricia que promete;
allí el recuerdo de los parientes guarecidos en la extensión infinita que no conoce reposo ni fatiga y cuyos gestos no se ofrecen por completo a la sonrisa;
allí la obsecuencia de los afectos extraviados para siempre en ciudades inventadas por la lluvia.

 

Inerme se pasea la mano por el jardín recorriendo el tacto de las plantas nocturnas.

 

Todo en el cuerpo es un continuo exterminio de jardines y de lámparas que reconoce los muebles ausentes en su gesto invulnerable de no ofrecerse por completo a la sonrisa;
todo en el cuerpo es un continuo repetir el viaje hacia las oscuras plantas de la noche, hacia el prestigio vegetal y perenne de lo ausente.

 

VIENTO PARÁCLITO
El recorrido ha sido largo y confuso. No sabes aún si el viaje te ha llevado a algún lugar preciso. Pero no te dejes ver por el destino que hace buen tiempo ya para echar el ancla y olvidar la agrietada vasija de la tarde.

 

No olvides deshacer el equipaje. Toca el aire y sabrás que ésta es la ciudad que andabas buscando. Y no lo niegues: toda edad es buena para poner en orden tu manido deambular.

 

Ya lo sabes de memoria. Estamos pasando juntos por la vida pero no nos vemos. ¿A quién contar entonces las batallas cotidianas con las que sobreaguamos a orillas del día, ésas con las que llenamos los bolsillos cada tarde cuando el sol se ha ido y no te ha dado tiempo de repartir los retazos de tus vicios?

 

Has aprendido algo pero lo sabes esconder: familiarízate con el aire y sabrás que el viaje aquí termina, pero no tu manido deambular.

 

PAISAJE CON MUJER

 

Io moro in mare sentendo l’onde movere
Francesco Petrarca

 

Recorrido por animales lentos vuelvo del sueño:
a orillas de la vigilia el aleteo lento, parsimonioso, de las olas frente al farol sobre la arena.

 

Desde arriba la lluvia persiste en su ritmo que despega los vapores del pavimento al mediodía.
Los pescadores con su erudición de provincia a la hora de la siesta
rechazan el ritmo que cae y suda el respiro del pavimento caliente
humedecidos por la lluvia y por la sal.

 

Vengo lento sobre tu cuerpo a buscar el orgasmo.
Al volver del sueño animales lentos han recorrido mi tiempo nocturno;
apenas el recuerdo, el hedor del pavimento mojado a mediodía:
la isla que visitamos juntos en medio de la noche, ha cesado en su ritmo lluvioso de farol mojado y sucio de arena.

 

Queda el animal lento que aletea frente a la ensenada, viejo y persistente.

 

DEL ABRAZO Y SUS FATIGAS

 

A Germán Jaramillo y a Paola Mejía

 

Hablo del último tranvía que cierra la noche.
Hablo tan sólo de la lluvia que saluda las calles con su agua.

 

Hablo también de los trabajos nocturnos
del silencio de la mujer cuando amanece y él la cuida del desvelo;
hablo aún de la casa que espera atenta a quien vuelve del día
con su maleta de malicia y de fatiga.
Hablo de la sombra que dejan los cuerpos en la memoria nocturna de las ciudades.

 

Hablo también de las largas noches de verano con su misterio de estrellas al atardecer;
hablo incluso de la certeza del desvelado,
ese que observa, que custodia aquella sombra que aún duerme al lado suyo.
Él lo sabe y no lo confiesa:
el mundo entero termina allí en la madrugada cada día,
como ese tranvía de medianoche que se lleva el último ruido de la casa
y del tormento cotidiano sólo deja una breve promesa de silencio. De almohada tibia.

 

JARDÍN DE LAS DELICIAS

 

La imagen es precisa. Ella plancha tarde en horas de la madrugada mientras él le llena la cabeza de recuerdos, de músicas extrañas. Le cuenta su vida como si viniera de otra geografía. Ella elogia su desnudez al lado de la plancha. Cada vez demora más el paso del calor sobre la ropa: quiere que la noche no termine.

 

Pero él le llena la cabeza de recuerdos, de músicas extrañas. Su vida, su desnudez, sus palabras. Todo pende de un hilo delicado, y, sin embargo, a la hora del amor, nada parece más fuerte que sus palabras. La plancha, la desnudez, los gestos.

 

DE LOS AÑOS POR SÓLIDA MATERIA

 

Ahora que la rueca del destino nos cubre con su sordina destemplada; ahora que el chirrido monótono de viejos óbolos pagados al silencio se burlan y me devuelven al anonimato de la tarde; ahora que llevo las alpargatas de Hamelín desposeído, puedo decirte que de mi manga ya no salen magias aleladas por el conejo o la serpiente, ni mujeres de largas piernas blancas partidas en dos por serruchos imaginados.

 

Ahora que persigo apacible tu estanque de ranas corrompiendo la noche con su cháchara de tristeza acompasada con ritmo de samba decidida ma non troppo, ahora que sabes abrigarme con tus modales de arrecife en invierno destejo lo andado, cambio la arena cíclica de mi desierto sin alfombras voladoras.

 

Ahora que odio los libros amados que se han vuelto obligatorios, ahora que la calle de los vecinos parece una enorme lección de sonambulismo, de mi manga sólo sale el caballejo blanco extraviado, obediente a las reglas del borracho; ahora que cultivo mis excesos con parsimonia de tedeum desafinado, como en una especie de otoño sonriente, de reliquia, de cadalso marchito de antiguos funerales que ya no conmueven ni llaman a las flores; ahora los minutos despiertos me parecen barracón de feria pueblerina y mi canción la misma pero con otros acordeones.

 

Ahora de mi alquimia sólo quedan peroles y frituras y música de sartenes cuando brillan tus ojos sorprendidos por un nuevo recetario.

 

DÍPTICO

 

[…]
tú nunca cesarías de estar en todas partes
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás […]
Gonzalo Rojas

 

«Nada nos pertenece», ni siquiera el corazón que tanto apostamos
ni la muerte misma que quebranta los días y la carne.

 

«Nada nos pertenece», ni siquiera las noches que fracturan la vigilia
ni los sueños que ignoran a la noche e ignoran los difuntos.

 

«Nada nos pertenece. Menos aún el regreso que para morir es grande
–como decía un amigo mío que nunca lo fue pero que sigue siendo amigo mío.

 

II

 

Te acompañé de la mano hasta la muerte sin saber que las dichas de la Furia eran tan terribles; dioses del ocaso han aterido a muchos otros: solitarios que caminan entre tanta penuria y tanto olvido.

 

El rostro de la muerte impone todos los silencios, todos los límites del viaje.

 

Te acompañé de la mano hasta la muerte sin saber que las dichas de la Furia eran tan terribles.

 

(Inéditos).

 

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