Julio Miranda
(Venezuela, 1945-1998)

 

COMO LA VIDA

 

como la vida
como la muerte
como el relincho de un pájaro
como el llanto de un caballo
como cien niños volando
como un niño volando
como un niño que tropieza y cae
como el llanto  de un niño que tropieza y cae
como el mar
como el mar con caballos que corren
como un pájaro en la noche, cantando sin ser visto
como el relincho de un corazón
como dos cuerpos volando
como el mar en la noche, cantando sin ser visto
como tú
como tú
como tú
y como yo

 

HOMENAJE A MALLARMÉ

 

1

 

Comienzo el año matando cucarachas
El aire huele  pólvora
El cielo se ilumina, se oscurece, se ilumina
Persigo cucarachas de diversos colores
¿Son tiros o petardos?
¿Ambulancias, bomberos o patrullas?
No hay tregua
“Todo, en el mundo, existe
para acabar en libro”
¿Cucarachas, disparos, cohetes, ambulancias?
En duda lo escribo
El papel se oscurece, se ilumina, se oscurece

 

2

 

Mallarmé
Mal armé
Mal aimé
l’arme
larme

 

3

 

Comienzo el año matando malarmado
cucarachas malamado
Suenan tiros, sirenas
petardos ¿y poemas?
La lágrima no es arma
La poesía tampoco
La lágrima desarma
¿Y la poesía qué
Mallarmé?

 

AHORA

 

Ahora bebes ron y escribes este poema
un micrófono oculto puede estar captando
el tecleo de la máquina, el crepitar del cigarrillo, los crujidos cada vez que te mueves.
En la camioneta donde graban ruidos tan banales
maldiciendo una misión aparentemente estúpida
los técnicos toman café, fuman, ríen ante algún chiste grosero que quizás tenga que ver con
tu esposa.
No te asomes. Se irán dentro de poco, convencidos de que esta noche nada pasará.
Sigue escribiendo, pues, tu poema
o, mejor, termínalo.
Pero no lo leas en voz alta
por si acaso.

 

AL-HAMRA

 

Los jazmines trenzados se abren en la noche de las mujeres. Pétalos de fragante fulgor. Seguirlos es destino, en los largos veranos. Brilla, suave, la Alhambra, enfrentada a los blancos cubos del viejo barrio árabe. Cobija. Eleva. Nos hace a todos cipreses, altos y lánguidos, ennegrecidos, suspiros en marcha tras las enjazminadas. Su aroma es huella, en el aire. Y por el aire andamos.

 

Mariposas blancas nos confunden el paso. Desembocamos en callejones sin salida, cerrados por un muro con su puerta y su ventana íntima. Damos voces. Lanzamos nombres al azar, por si una nos abriera. Es en vano. Pero cerca hay tabernas. Entramos agachándonos para no golpearnos en el dintel bajísimo. Tres escalones tallados en la piedra. Más humo que luz. Alguien, en una esquina, canta para sí mismo ante cien vasos vacíos, se derrumba. Pedimos vino. Nos sirven, de ése espeso, que mancha por dentro y por fuera. Bebemos tiempo, rugoso, áspero, definitivo.

 

La Alhambra, ocultada por la luna, nos muestra al salir apenas su perfil, recortado contra la sierra al fondo, de un púrpura intensísimo. Mirar marea. Pero todo marea. Los guijarros del piso trazan ondulaciones insostenibles, filigranas que nos empujan contra las paredes. Avanzamos apoyándonos. El espacio libre entre dos calles nos deja titubeantes, hasta que el grupo se compacta y, pasado el peligro, vuelve a rasar los muros, frotándose. Blanqueamos. Uno mueve sus manos, encaladas, como palomas presas. No, no volarán. Aún no. Otro se mancha el rostro y gesticula, payaso sepulcral. Malo el augurio. Nadie ríe.

 

Ahora, nos dispersa una plaza. Como sonámbulos, rodeamos la fuente y avanzamos hasta el barandal, aferrándonos para no salir disparados hacia ese cielo vuelto otra vez transparente por la luna. La Alhambra crece en la noche, tapa las montañas, late, recupera su silueta alargada de castillo encantado, sus torres, sus murallas, sus tejados, sus almenas, Caltal-Hamra, la fortaleza roja. Coincide consigo misma y se detiene al fin, aniquilándonos, clavándonos, devolviéndonos a nuestro estar allí, entonces, sin aliento, siempre sin aliento desde entonces.

 

El viento frío de la sierra nos estremece. Damos la espalda, buscamos las escalerillas, seguimos bajando, hacia la ciudad que mató a Lorca.

 

JAÉN, 1966

 

olivos        olivos        olivos        olivos        olivos        olivos

olivos        olivos        olivos        olivos        olivos        olivos

olivos        olivos        olivos        olivos        olivos        olivos

olivos        olivos        olivos        olivos        olivos        olivos

olivos        olivos        olivos        olivos        olivos        olivos

 

s ó l o v i
o l i v o s

 

PIES DE FOTO

 

Los familiares de las víctimas
ante las puertas de la morgue

 

(En primer plano un árbol
de fresquísima sombra
sin nadie)

 

*
Suicida cayendo desde lo alto del puente
acribillado por los policías que venían a salvarlo
-Hizo un gesto sospechoso -declaró el oficial.

 

*
El rastro de sangre llega hasta el ascensor
Los policías corren de piso en piso
esperando que se detenga
alguna vez

 

*
Los familiares de las victimas
enfrentándose a la policía
ante las puertas de la morgue
donde se niegan a entregar los cadáveres

 

(En primer plano un árbol
como un dibujo japonés
entre la niebla de las bombas lacrimógenas)

 

DANZA

 

Bailo
con mi hija en brazos.

 

Comencé
para calmarla.
Hace rato que no duerme
cesó la música
y yo sigo bailando.

 

He improvisado una danza algo salvaje:
vueltas a derecha e izquierda
ritmadas por golpes de talón
y gritos sofocados.

 

Se ha hecho de noche.
La cuna quedó atrás
el cuarto quedó atrás
la casa quedó atrás.

 

Avanzo
mientras bailo
por una tierra de incendios y humaredas.
Bordeo los cráteres
busco aberturas en las alambradas
evito los cadáveres.

 

Las trincheras me obligan a dar largos rodeos.

 

Bailo y avanzo
giro, vigilo y giro.
Afortunadamente

 

mi hija sigue durmiendo.

 

Siguiente autor >>


©Derechos Reservados - Literatura Latinoamericana mayorbooks@camaleon.com
Diseñado por Camaleón