Pedro López Adorno
(Puerto Rico, 1957)

 

AMOROSO AJEDREZ

 

Aunque muchos piensen que las piezas
no existen, este caprichoso ajedrez
vuelve a sus lechos.

 

Vuelven las aperturas. Su imán
peligroso. EI magín en que uno
es el peón iluso. Evade
cuanta trampa aparezca. Vence
contrincantes de peso en esa cima
en que todo se pierde.

 

AlIí la esencia de la combinación
inolvidable. La inusitada escaramuza.
Los cuadros de una noche que no tenga
fin. Esquivar damas de humo
en tránsito al combate.

 

Como si fuese uno
entregándose a la contienda
al final del camino. Complicidad
de las capturas. Arrebato
cuerpo a cuerpo.

 

Todo feroz porque siempre es más
sutil el desengaño.

 

(De Viajes del cautivo, 1998).

 

CALLADA OBSESIÓN

 

Incompletez en el festín. Auroran
incandescencias en las ingles. Todo
puede convertirse en filamento o temura, ocaso,
búcaro de orquídeas o cagajón
por un orgasmo coronado. Tú
prefieres la furia, un lecho
que responda a tus ascuas, cerezas
para llegar al huracán, papaya
para cuando la oquedad
desprenda sus cenizas. Todos
los labios descubiertos. Berros
y ostras en el júbilo. Llegar aquí
es verse condenado al fulgor. Los pensamientos
como hambruna. Entender al dedillo
la cerrazón de los cuerpos en vela.
El fragor.
El miedo del silencio a cada sílaba;
el miedo de cada sílaba al silencio.

 

EQUILIBRANDO IMÁGENES

 

Equilibrando imágenes se oyen
voces. Despliegan su campo de batalla.
No hay vendas sobre los ojos pero
cada sílaba puede ser
paredón o calabozo.

 

Los aplausos de ayer son sólo sueño.
No hay gloria, ni mariscos, ni hechizos.
Pero algo aún se cuela
por los poros de esa insatisfacción
embellecida.

 

No sorprenda a nadie esta devoción.

 

El verdadero significado de cuanto
nos rodea se reduce a dominio.
Si del éxito inconcluso
pudiera uno llegar
a la meditación del sobresalto.

 

Equilibrar imágenes abriría al fin
las puertas al que escribe.

 

                                                (De Rapto continuo, 1999).

 

VAMP

 

El soplo del beso es el veneno.
Uñas de Rita Hayworth,  ¡cómo abren la gruta!

 

Ojos arrinconados giran. Se deslizan
por la pared del sobresalto. Concerti ecora
del ser a lo imposible. Verga
en los manjares del estrago.

 

Estudia el laberinto de la erección
como si fuera una Kamille Corry
pensativa y frágil.

 

Su lengüilarga caricia enciende tronco,
testículos, ternura. Chupa y tiembla.
Salta, de espaldas al que ama,
y el equilibrio de las flores en el jardín
el sumo bien. Las manos sobre los pies.

 

El corazón en la vulva que aprieta

 

PARA EVITAR CALAMIDAD

 

Llega dormido al ventanal.

 

Ella sorbe los jugos.

 

Cuando apoya la cabeza en el abismo
él corre con los meñiques
a sus tímpanos.

 

Los senos, crótalos densos,
rozan rodillas, hebras del más allá.
Acantilado náufrago el dormido
por los labios que lo elevan.

 

No sabe por qué destino
prodigioso ha vuelto
a abrir la cremallera y desde ella
la consolación, el abandono.

 

Todo fiuye. Echa
a correr. Emprende
vuelo. Sublevado
elixir del derrumbe.

 

Duerme expulsando paraísos
como decir pájaros
sin que haya leído el jazz
de esta jauría o el de Morrison
junto al loro de un «Te quiero».
Pero la mudez medita en lo sublime.

 

Le hace falta esa muerte,
esa mina del asombro de amar,
ese correrse de la ecoración al infinito.

 

Incluso la ceremonia de la sonrisa
al lecho impone camino
de perfección. Altas arterias, carne
de encariñada luz, el centro
de una flor de magnolia. Vulva
desbordada al labio, al índice.

 

Ni idea ni volición ni santuario.

 

Sólo sorber del gondoleo de los cuerpos
su almíbar siniestro.

 

(De Opera ardiente, 2005).

 

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