Verónica Zondek
(Chile, 1953)

 

REGISTRO DE SANTIAGO

 

Merodea.
Ronda el ojo en Valle Santiago.
Siente la tibieza casera.
Bajo una nube y sobre la nieve
gravita un fantasma.
Su palabra no resta cielo donde apelar.

 

En este valle
la preñez es  una circunstancia.
La vida es inusitada
y se prolonga en estadísticas.
La muerte se esconde tras  paredes gruesas
en bolsa negra y desechable.
Los números funcionan.
El progreso mata todo intento de recuerdo
y sepulta hondo el grito de pertenencia.
La memoria no es deseo.
Crecen los parques domesticados.
Aletea un tren por un valle subterráneo.
Se puebla el campo con casas de cartón reciclado.
Se desafía la lógica.
Se talan los bosques de las riberas.
Se siembran hormonas.
Se muestra.
Se alardea.
Se encumbra alta la seguridad.
Se prevé el avance del desastre.
Se vota la impunidad.
Se estimula el consenso.
Se fumiga con mal de ojo al contaminado
al que no viste de gris o azul marino

 

al que mira para otro lado.
Se encierra al animal por salvaje.
Se entona alto la canción nacional.

 

DOS CORDILLERAS

 

Este es un valle de caballeros
y viene él ante ellos a calibrar su propia insignificancia
que así piensa
alivianará su carga.
Los caballeros son satisfechos
y se cruzan de brazos
a la espera de lo que el mundo les debe.
Saben que la apariencia vale.
A nuestro caballero le pertenece una esquina.
En ella está de espera.
Su figura se rodea con luz transparente.
Es atractivo.
Luce un gel que lo hace fatal a los ojos de cualquiera.
Sobre su camisa y abrazando el cuello
lleva una corbata de flores ahorcadas.
Los colores son adecuados.
Es dueño de una señora adecuada.
Ha elegido un automóvil  adecuado.
Vive en un barrio adecuado porque así ha de ser.
Habla siempre lo adecuado.
Es un triunfador.

 

Este valle es copia feliz del Edén
y portentoso cielo azulado
a los pies de un mar que tranquilo baña sólo su cuerpo escultural.
En este valle los viñedos son de exportación
y los árboles cargados de fruta
se sirven en mesas extranjeras.

 

Sobre la mesa de este caballero
no se ve todo el trigo que brilla
aunque se usen servilletas de papel
y plásticos manteles de encaje
y los comensales sonrían con una dentadura alba.

 

Aquí conviven dos cordilleras
y en la fresca hondonada
no hay escape.

 

(De El libro de los valles).

 

FUEGO

 

Toda la carne un fuego.                        
Fuego el odio y fuego el amor.
Fuego en los hornos  y en las mientes.
Fuego para el frío, Anguita
en el cocimiento brujeril de medianoche.
¿Cómo salvar del fuego Anguita?
¿Cómo tragar el dolor entre llamas azules
en la infernal hoguera de las Inquisiciones
o en la quema de libros con Torquemada
o en aquella última,
Anguita,
cuando incendiaron libros para sofocar revoluciones?
Y ¿qué de ese otro fuego tan perfecto
ese, el de Auschwitz,
rasgando carnes tan añejas y tan tiernas
o esas otras llamas
esas, las del Infierno católico ahora abolido?
Todo por nada:
el alma, dice el Papa,
siempre se salva
Anguita,
aunque tú no alcanzaras a saber.
Y ¿qué del fuego que calienta la olla común
o el fuego en los ojos de niños con sed
amuñados de tristeza en la costilla falta de terruño
refugiados por siglos y a la espera de la espera
abandonados en tanto territorio enemigo?
Y ¿qué de ese tan distinto
que azuzan los niños para derretir malvaviscos...?
O ¿qué del fuego fogón sureño
mariscos todos retorciéndose en su jugo
ellos en su salsa, nosotros comiendo
y del fuego que quema la entraña
y del otro, Anguita
ese que persiste en la memoria
que como siempre supiste
aplasta y entorpece la vida
o esos otros
los fuegos artificiales que arden el cielo
o misma yo
quemando papeles propios para evitarte
o mi padre
que ardió fuego también él hasta el humo
marchando en huesal anodino
sobre las aguas habitadas y turbias.

 

¡Qué fuego ni que fuego!, Anguita.
¿Qué fuego es ese que me amaga?
¡Qué fuego Anguita, que no sofoco
ni el ardor
ni la rabia ...!

 

CARNE DE MUJER

 

No supe perdonar ignorancias
ni  ojos esenciales.
No supe contentarme con el ahora
ni pude saldar cuenta con horrores demás.
Si aquí estoy es porque antes
y si antes hubo es también carne
y si hay mañana, de mí depende
y también carne para incubar
y carne la lengua que dice y no olvida
y carne los pasos que nos llevan
y carne el ojo acuoso del testigo
y carne para aumentar el polvo
que la tierra es eso no más:

 

polvo de hoy y polvo de ayer
y espera
y letra viva en sangre muerta
y recordar
y ser presencia

aquí confirmo

es malestar de carnes
en mujer que ha sobrevivido

 

(De El  rastro de la Lesbia, inédito)

 

REALIDAD (I)

 

El cuerpo de la niña mira
Una muchedumbre espera
La niña ve con ojo propio al descabezado
El descabezado no mira
La niña se mira a sí misma
No sabe la niña qué acción
La niña no quiere mirar ensimismada
Escucha la niña un olor
Toca la niña su propio gusto
Lo deletrea
Medita
El silencio personal del hambre resulta indeseable
El cuerpo de la muerte ejecuta una danza célebre
La danza se cobija en sus palmas tibias
El cuerpo de la muerte no sirve para otra vida.

 

VINO PARA DOS

Un bullicio es verde entre el humo.
El tedio flota malva y viscoso.
Dos copas azules respiran sobre una mesa.
Discusión y molestia.
Un gesto mudo que no alcanza.
Dos versos idos en arrepentimiento.
El deseo no anida en palabras.
El silencio es reparación.
Desde la distancia invade un acorde.
Sobre la mesa
entre humos y blancos de mantel
dos copas azules de contenido rojo
elevan salud y tocan el cielo.
El líquido expone púrpura su cuerpo.
Con lentitud se desliza alma por la lengua.
Completa baja la caricia y penetra el esófago.
Sube con ardor por la vena sedienta.
Con levedad
detiene un mareo sobre dos ojos de cristal.
Azul
observan las copas el vacío.
Abismales
examinan dos ojos el iris acuoso.
Silenciosos
lamen la comisura con lengua áspera y ansiosa.
Abierto
inclina él un cuello verde de botella.
Espeso
cae el líquido en la copa azul.
Ella
vuelve a empinar el codo.
La luz se torna opaca.
La música es lejana.

 

Dos
un país demarcado por sillas gemelas.
Una
la mesa que separa dos guiños.
Pareadas
las manos abandonan el pie de dos copas.
Sola
una mano muerde la palma de otra mano.
Solo
el ojo toca la nostalgia de otro ojo.

 

La botella es indudable un sello lacrado.

 

Dos copas son azules y están hermanadas.
Dos copas:
y ¡ay!
un sólo corazón.

 

(De Notas de viaje, inédito).

 

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