Vicente Quirarte
(México, 1954)

 

LESSON ONE

 

Estaré explicándote
la diferencia entre shall y Hill,
diciendo que la primera forma
resulta ya anacrónica
cuando me dé cuenta de que el día
no es el que veo por la ventana
sino el que nace,
turbulento y diáfano, en tus piernas
(Un pájaro corteja a su hembra
en los cables de luz).

 

Diré esos claveles necesitan agua
cuando comprendas que oo se pronuncia u
y que no se explica por qué blood...
(como nadie podría explicar la resistencia
de tu sostén de encaje veneciano).

 

Haré más larga aún la consonante en hard
y no podré pronunciar la palabra theater
porque la voz se me irá mucha antes.
Seguramente en esta primera lección
no quedará muy clara
la teoría general de los tiempos
porque cuando comienzo
a explicarte los verbos auxiliares
siento que tu aroma y tu piel son ya los míos
mientras te digo que leamos la parte que nos toca
de los viajes de Gulliver.
El primer beso es más largo
que el tiempo en que explicamos vocales y diptongos.
Y al tiempo que descubro el mar entre tus pechos
miro en el suelo el libro abierto
en la página donde Gulliver yace náufrago en la arena
ante la mirada absorta de los de Lilliput
y por la ventana
el pájaro logra a su nueva compañera

 

EN LA ANARQUÍA DEL SILENCIO TODO POEMA ES MILITANTE

 

El reloj
que después de las cuatro me enloquece
dice que te acercas
con la alegría de una noche en primavera:
sólo tu boca es tan roja
como las banderas que luchan contra el viento.
Sólo tu piel tiene la luz
para los ángeles ciegos de mis manos.
Oh, camarada mía,
cuando haga saltar uno a uno
los botones de tu blusa
comenzaré por hacerte confidencias:
yo milito en la Liga de tus Medias
y más que discursos mi praxis será incendio
que arranque la raíz de la costumbre.

 

No hay capitulación:
sólo ocupar tu dermis al milímetro,    
chocar las molotov de nuestras bocas,
brindar en honor del viejo Hegel
y al tocarte los pechos confirmar
la irrevocable ley de los contrarios.

 

IMPRESIONES DEL VIAJE

 

Sólo Ulises y el mar conocen el secreto que anula el tiempo y la distancia: partir con la certeza de que se ha de volver al punto de origen. Así el océano, asesino íntegro, regresa siempre al lugar del crimen.

 

*

 

Invierno en el mar. Sobre cubierta, los marineros recuerdan en sus cantos el fuego del hogar, los niños tibios, los trigales bajo el viento. Alguien sueña el cuerpo que lo aguarda, más inmenso que el mar.

 

*

 

Lento es el coraje de la espuma: rizada apenas por la brisa, sus huellas son tan leves como la arena al alba. Pero cuando el mar une su voz a la del viento, la espuma no acaricia: apenas alcanza a detenerse un instante en las rocas que, sin piedad, castiga.

 

*

 

Vencedor de los hombres y los peces, el mar no sabe del orgullo. Se encabrita, azota, golpea, muerde su propio cuerpo, enloquecido, pero al fin y al cabo niño irascible, descansa tras el juego. Cobija cardúmenes, escuelas de peces arco iris, el parto de la ballena jorobada. Recibe nuestras redes cuando el sol apenas intenta hendir el horizonte.

 

*

 

El vigía reta al mar desde la altura, busca restarle presas a su rabia. Pero el mar, astuto rey anciano, conoce los sueños de los hombres y orquesta la canción de sus sirenas.

 

*

 

Pero ni tú, mar, eres capaz de contener tus propias armas. También creces y eres más ruidoso en primavera si una nereida atreve su aleta entre tu espuma y sumerge su torso grácil, turgente, más que vivo, y se entrega total a tus caricias.

 

INICIACIÓN (fragmento)

 

Pasión es revelación: el relámpago que parte el cielo en dos mitades no repetirá la misma imagen.

 

RETORNO (fragmentos)

 

Todo hotel es de paso, como es de paso el traje, los vasos, esta tinta. Y el otro gran hotel, el cuerpo, un día se derrumba, cuando ya no lo ocupan los placeres, los monstruos de una noche, ángeles furtivos que supieron perder en los combates para ganar el cielo y volver a caer, interminablemente.

 

*

 

Como en el amor, se regresa a ciudades conocidas con la esperanza de reencontrar los rastros familiares pero con el deseo de que todo sea inédito. Cuando verdaderamente las amamos, las ciudades envejecen con nosotros.

 

*

 

Que me espere la muerte. Que se empape la perra, la mendiga, y se quede a la puerta; que eche a andar el taxímetro e imponga -la gran puta- los precios de sus gracias. Que me deje olvidarla cuado estoy más vivo. Que me toque y la sienta como bloque de hielo sobre la piel dorada. Ten piedad de nosotros, muerte linda. Brindar -tan salvajes- por la vida, es momentáneo triunfo de alejarte. Tu abrazo dura más que el aguardiente; tu tatuaje es más hondo que estos besos.

 

AMANTES

 

Y qué solos se quedan, los amantes:
Cómo se estrujan, muerden, lamen, frotan,
cómo sienten morirse sin el otro,
cómo llevan al otro al moridero.
Cómo siguen su rito sin relojes,
cómo sudan y huelen y combaten.
Afuera sale el sol, se afeita el día,
y los amantes siguen, siempre solos.
Siempre uno en el otro, caderamen
de un animal bisiesto de ocho miembros.
Y qué solo el amor del pelandrujo
que en la calle se acopla a su pareja.
Nada turba su ardor, ni el escobazo
que interrumpe el chillido de los gatos.
Y qué largo combate, mi enemiga,
el trabado en el lecho. Cuánta fuerza
para vencer al mal que los devora.
Afuera la ciudad,
sus plazas ya soleadas, sus corbatas.
Ellos en la noche de sus cuerpos,
solos con esa sed, con ese ansia.

 

LA MUCHACHA DE AL LADO

 

De la muchacha de al lado lo sé todo. La historia que me cuenta no es materia de bando ni rumor de pasillo (Escucha cómo suena el roce de la falda contra sus largos muslos). Ocupa, sin embargo, la plana primera de mi vida. Es el reloj del solo, el diario del soltero. Se llama con un nombre para todos, pero es para mí la luz que, al despertarme, carece aún de nombre y encandila mis ojos una vez que se aleja. Entonces adivina la talla de su blusa, el perfume en su pulso, los cincuenta y seis pasos y medio que da para llegar desde su casa al coche. Le declaro mi amor a sus zapatos y al moño que corona su azabache. A la ropa que tiende y al sostén arrullado por alisios. Mi muchacha de al lado vuelve a casa. Por mis oídos  entra la relación del día: el modo como apaga el coche me dice que la han besado como se debe o si la ciudad se ha conjurado en contra suya. Cuando cierra su puerta, saboreo las palabras que teje, siento el peso de la ropa que castiga al arrojarla al cesto, aún con el perfume de su cuerpo, ya sin el tacto de su cuerpo. De la muchacha de al lado lo sé todo. Tanto, que cuando tenga novio, le diré que se baña a las siete y tres minutos; que canta una sola canción, siempre incompleta; que en la ausencia es más clara que su nombre. Y le daré la almohada en que la escucho, cuando la sé en la suya, cerca como la puerta de al lado, lejos como si entre ambas puertas se tendiera el océano

 

LA POESÍA

 

Mancha expansiva de café vino o aceite sobre un mantel en blanco.
Llegaste cuando debías. Tu carruaje como tienda de gitanos.
Tus anillos con forma de serpiente,
ávida de tocar, morder, meterse, enajenar.
No llegaste montada en el potro de lujo donde a veces me ha tocado cabalgarte en pelo.
Eras, como las hembras donde se queda el verano,
tienda humilde por fuera.
Se filtraban en mi sangre voces de otras mercaderías.
Mi abuelo murió loco.
Mi padre tradujo el idioma de los acantilados
y surcaba las noches
montado en la bruja roja de las anfetaminas.
Y tú llegaste, a veces con tus grandes pechos,
otras con tus pezones niños.
Y pensé que eras para mí.
Afuera esperaba, impaciente, un regimiento.

 

(De Razones del Samurai, 1978-1999, 2000)

 

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