Carlos López Degregori
(Perú, 1952)
RETRATO DEL CAÍDO RESPLANDOR
Mi primer recuerdo es blanco.
Blanca es la noche que envuelve el jardín y las paredes
interminables de la casa. Blancos los crujidos de los muebles,
las olas que cantan en el mar, el vuelo de los insectos, la
respiración que sale de los cuerpos dormidos.
Blanco es el miedo a toda esta blancura.
Blanca es la silla que arrastro hasta la ventana para mirar
cayendo desde el cielo un resplandor que ya no me dejará
cerrar los ojos.
EL NIÑO CIEGO
Yo soy el niño ciego
y sigo con mis manos una luz
que vuela
como una mariposa gigante por la casa.
Abro y cierro los dedos.
Golpeo el aire hirviente con los puños.
Rompo los ruidos, las yemas, las paredes
y saltan conmigo los cristales en un torbellino de sangre,
corren los muebles
y todos juntos chillamos en este resplandor.
Afuera la luna ciega ríe.
RETRATO DEL SANTO MAR
Santo es el mar.
No lo mires.
No lo toques
No lo bebas.
Sólo escúchalo correr como un caballo de agua por la noche.
EL HILO NEGRO
Con estos hilos blancos que salen de mis dedos estoy cosiendo tu vestido de novia. Sentado en la oscuridad, de espaldas al movimiento de los astros que repiten el trabajo de mis manos. Coso sin ver, mis pies golpean incansables los pedales de la máquina. Salta mi corazón cuando rozo la tela o el frío vivo de la aguja. Y atravieso la noche de hilos, anudo, engarzo leves piedras, fijo el velo que guarde para siempre la belleza de tu rostro, la cola inmensa que incendie las calles. Y silbo esta dolorosa canción que sólo yo conozco y pienso que nadie podrá devolverme tu blancura que perdí y hago gritar a las tijeras.
Sentado en la oscuridad, de espaldas al golpe mortal de las estrellas que repiten mis puntadas, acariciando este traje vacío, crecerá una hebra de hilo negro.
Mañana, después del alborozo de la boda, cuando se marchiten las flores prendidas de las ventanas y las puertas y se vaya ahogando la música en las calles y rueden borrachos los invitados por la plaza, huirás con tu novio hasta el claro del bosque.
Escúchame, Fulgor, yo te lo aviso: la luna ciega y las estrellas lúbricas girarán en las alturas: durará una eternidad arrancar los cien botones del vestido, desgarrar la cola y enredarla entre los árboles, contemplar tu cuerpo hirviente y blanco bajo el velo. Él acercará sus manos temblorosas para deshacer el tul y huirá despavorido cuando me descubra en tus ojos colgando de un largo hilo negro.
RETRATO DE SU NOMBRE DE AMOR
Repito, Aldana, tu amoroso nombre de amor que habrá de perderme y cubro con sus sonidos las paredes y las sábanas.
Tu nombre de miedo y música mortal, de flores de sombra que deben extender entre los dormidos un venenoso perfume.
Escúchenlo.
Atesórenlo ustedes, abandonados de amor, en sus amorosos oídos.
Guárdenlo aunque duela como un estruendo, un cauterio, un talismán o un caballo dando coces contra el cielo y llenando con sus relinchos las calles vacías
RETRATO DE ALDANA ENTRANDO POR LOS PIES
Ella entrará por los pies
besando tus diez uñas con fervor
para que crezcan en ella flores cárdenas,
estrellas, torbellinos.
Ella enredará sus cabellos en tus piernas
caminará tu vientre marcando cada pliegue,
cada lunar, cada hueso,
el falso lugar del corazón
y se tenderá en este cielo de sábanas sucias
y se ahogará contigo en este río de oro.
Ella posará sus labios en tus labios
hundirá sus ojos en tus ojos
te arañará con todo el amor que cabe en sus pestañas
se enroscará en tus oídos golpeándote con yunques y martillos
y repetirá
muere muere muere muere.
RETRATO CON UN MARTILLO Y UNA SIERRA
Estoy cortando esta caja para ti
- grita la sierra –
y la estoy acariciando clavando atravesando
- grita el martillo –
sólo para dormir tu corazón.
RETRATO DE LA VIDA QUE TE ESCRIBÍ
La vida que te escribí ya no la recuerdo:
de cuál luna o cuello colgará,
en qué árbol habrá escondido hermosas o terribles sus palabras,
en que voces se oirá,
en qué calle incendiada seguirán caminando sus pasos para siempre
y en qué cristal perfecto beberá
para después bailar con quién
en qué salón deshabitado
y se mirará en qué espejo
y en cuál lecho dormirá
cubierta de labios, de jardines, de falenas:
como las olas que pierden a sus olas
en el último mar
o las manos que ya no encuentran a sus manos
o los rostros desvanecidos en los retratos:
la vida que te escribí
ya no la recuerdo.
ÚLTIMO RETRATO
Carlos Alberto tiene nueve años y trae a un niño ciego. Corren juntos envueltos en la blancura de esta casa persiguiendo una luz. Es diciembre. Y en diciembre grita ciego el mar. Y grita la noche despavorida y gritan ciegas las estrellas.
Carlos Alberto tiene once años y vive en cajas baúles túneles pozos madrigueras. Habla con los animales. Esconde palabras extrañas en los árboles.
Carlos Alberto tiene trece años y sigue a Purísima en el sueño. Se sostiene con sus manos en el aire. Camina con sus pies. Se hunde en sus ojos. Respira sus incendios. Es octubre o es diciembre otra vez. Y en diciembre camina santo el mar llamando con sus palabras de sal a los dormidos y corre blanca la noche y corren blancas y santas las estrellas.
Carlos Alberto es nadie y nadie es Carlos Alberto.
Carlos Alberto tiene diecisiete años y escribe días sábanas desiertos países. Vidas que jugará y caminará y romperá y perderá. Cuerpos que serán Claudias Marías Roxannas Julias Lucias Mirandas Aldanas. Es octubre o es agosto o es diciembre otra vez cuando se levanta santo el mar. Los ángeles vuelan en la oscuridad. Las estrellas dejan heridas terribles en los dedos.
Carlos Alberto tiene cuarenta y ocho años. Vive en lo que pierde en lo que espera en lo que falta. Hiere. Miente. Anuda trenzas ríos resplandores. Es diciembre. Y diciembre es la noche y es la sombra que se desprende de la luz.
Carlos Alberto es nadie y nadie es santo el mar.
El mar es santo el sol.
El sol es blanca la noche y los ángeles ciegos.
Carlos Alberto es nadie. Y nadie se sienta este catorce de diciembre a escribir:
soy tres vidas tres alientos tres fulgores y una sola muerte de amor
interminable.
(De Retratos de un caído resplandor).