Daniel Calabrese
(Argentina, 1962)
PUESTA EN ESCENA
Un farol circular
y su cántaro de luz que cae al suelo.
Es de noche y los pájaros se han ido.
Todos creen que volverán.
Las hojas resbaladizas se hunden calle abajo.
Si corriera un niño, ahora,
se notaría en las baldosas sueltas de la vereda.
Adentro,
alguien está imitando el cielo:
ha cosido unas monedas de aluminio
sobre un modesto paño negro.
Tras el marco, una luz espesa
va mezclando la sombra suavemente
y nadie sabe qué es lo que se ha ido
pero todos creen que volverá.
LA DETENCIÓN
Si los amores amarran, amor,
voy a entregarme a tu largo peregrinar de río.
He de saber que me hundo.
Todo empezó a ir más lento, mi caballo
tenía la cabeza larga y lloraba
espesamente como los potros de Aquiles
(después supimos del poeta
y de su amor indomable;
de la áspera mujer que lo amó
y le devolvió la risa
con sus caricias de fieltro).
Esta mañana,
frente a las ventanas del oeste,
me hice objeto, abandoné
toda pulsión.
En mis ojos vivía esa mujer
que era un recuerdo, una imagen
esperando la dirección de la luz.
Me detuve y su mano,
la que atraviesa la noche,
está cayendo aún sobre mi cuerpo.
Porque han sembrado luz
bajo este foco estéril.
aquí no crece nada, ni la sombra.
Cuando es húmedo el viento como el río
tampoco nace el fuego
(ni aquella lógica materna
que dice que la sangre
más la sangre de la sangre
te ilumina el furor en las entrañas).
Me detuve y existo hoy
como existen los perros,
que no pueden calcular su amor.
Como toda esa gente humilde y feliz,
con una pala en los ojos
y la mirada perdida,
enterrando a sus muertos en el cielo.
(De Escritura en un ladrillo, 1996).
SINGLADURAS
a Eleonora Finkelstein
Ella sabe de barcos,
a mí me ahoga el rumor de la lluvia.
Ella encuentra misterios, llaves
de bronce, palabras, silencio,
porque las húmedas ciudades son baúles
y ella sabe de barcos.
Yo siempre he buscado tesoros
atento al mensaje, al olor de madera
que traen los vientos.
No sé por qué mi cuerpo lleno
de sangre es una copa
o un timón que gira.
Ella sabe de barcos,
a mí me ahoga el rumor de la lluvia.
Pero ella pertenece al mundo movedizo.
No teme a los relojes, a los mares, a los trenes.
Si una cadena es música de hierro,
una moneda puede ser la hostia
porque las húmedas ciudades se disuelven
y ella sabe de barcos.
Yo soy del cobalto y la ceniza,
un caminante que naufraga en tierra
y se hunde en la avenida lentamente.
Cuando flota la luna sobre el río
con una sola piedra he derramado
su arena blanca en toda el agua.
Ella sabe de barcos,
a mí me ahoga el rumor de la lluvia.
LA CASA DEL LIBRO DE POUND
Las hendijas por las que se cuela
un susurro.
El camino de tierra.
Una aguada.
Los rincones lamidos por el perro.
Y todas esas huellas desordenadas
en el frente,
como si las trajera el viento.
Un pañuelo del otro mundo.
No es de aquí.
Un espejo curvo, donde se
dobla el tiempo.
El libro de Pound
lleno de códigos, sin corazón.
Y todas esas pisadas en tropel
como si las arrastrara el viento.
TÉCNICA DEL AUTORRETRATO
Fui construido en el 62.
Me sacaron bruscamente del cielo.
No de un cielo que después
sobrevolaron las gaviotas carroñeras.
No de un cielo blanco donde se pudre
la luz amarilla de una lámpara.
No de un cielo para que se revuelvan los aviones.
Me sacaron y tengo que decir quién soy.
Fui construido en el 62.
Las vueltas que dio el metal en cada reja.
Las que dio la sangre enterrada en este cuerpo.
Unos pocos se atrevieron a volver
al cielo más profundo (en esta época).
¿Has visto que la mayoría no se levanta
del cielo bajo, del que baña el horizonte?
Me sacarán bruscamente de la tierra.
De la tierra sobrevolada, revuelta.
Y tendré que volver a decir quién soy.
CORTE
He buscado la muerte en mis poemas.
No la encontré, pero estaba ahí.
Ahí como las vértebras de los vertebrados,
la noche de los anochecidos,
la sangre de los que sangran.
He buscado la muerte y dicen
que se hunde como la parte ciega de los árboles.
No la encontré.
Leí todos mis poemas sabiendo
que estaba ahí.
Los árboles deben tener algo que se mueve
adentro de la tierra, mis poemas tienen muerte.
Así como los vertebrados vértebras,
los anochecidos noche,
y los sangrados la brutal
escritura del acero.
(De Oxidario, 2001).
LA ENFERMEDAD
Después de respirar como lo hiciera
Dostoievsky en la humedad silenciosa
de esos cuartos mal iluminados,
se ponía a caminar sin sentido por calles imprecisas
con su tranco voluminoso y aletargado,
caminaba idéntico a la sombra de Cortázar,
y mientras lo hacía silbaba
aquella melodía de Mendhelsson
que tanto usó la resistencia
como santo y seña
entre las calles del nazismo.
Después recalaba en algún bar
y detrás de alguna taza humeante
metía su cabeza entre las manos, como Kafka,
hasta que la hora lo invadía.
Entonces iniciaba el retorno
hasta su cama con un libro
y ya no sentía ganas de levantarse
por un buen tiempo,
eso que solía hacer Proust.
Finalmente
se moría como todos ellos,
abrumado por la vida sencilla.
(De Cortafuego, inédito).