Jesús Urzagasti
(Bolivia, 1941)
EL RETORNO DE LA MAGA
Ignoro si hubo un tiempo anterior a la memoria humana
sólo sé que un vago otoño en una no menos vaga ciudad
te miré en la terraza de un café arrullada por el silencio
no te vi más pero bastó que el viento soplara su cuerno
para que te repitieras en plazas y mercados con boina
tocada con un sombrero inconfundible por anticuado
o con una melena casi suelta casi castaña casi morada
o con algo oscuro en el pelo que brillaba toda la noche.
Una vez te metí las manos entre las piernas y creí pensar
no pensé nada sólo sentí las furias de un lejano tiempo
una pradera por ejemplo o un pueblo de jóvenes cantores
o una ciudad de alto vuelo elaborando aquellos boleros
o aquellos merengues o aquellos mambos hospitalarios
o aquella salvaje noche frente al mar y sólo el bochorno
de presentir en la cálida atmósfera el aroma sexual
la ruta que siguen las hembras que no dejan hebras
del paraíso buscado por los obstinados expedicionarios
y a todo esto la música que hace llorar incluso en sueños
mientras reapareces desnuda en una repentina floración.
Ocurrieron los viajes y nos perdimos de vista. ¿Olvido?
¿Cambio de imágenes? ¿El mundo entrando como un
caballo desbocado? ¿La irrupción de la fuerza largo
tiempo echada de menos cuando miraba los parques?
El tiempo ocasiona estragos. El tiempo es el único mago
que demora en hacer conocer sus milagros. Su filiación
es oscura como un pedernal. Su luz es también oscura.
De modo que te miré sentada en aquella terraza lejana
intrusa entre todas las intrusas que se visten de verde
vi el mar y las enormes montañas y el océano hermoso
y el aliento de todas las edades pasó como un sueño.
ALTO EN EL CAMINO
Había un bosque que ardía en diciembre
y una catedral detenida entre oscuras flores
muchos hombres llegaron a la orilla del lago
otros pasaron de largo empujados por el viento
me quedé en el bosque que ardía en diciembre
porque alguien había muerto en la ciudad
con una camisa azul y una carta en la mano
mientras muchachas de lejanos países salían
de una estación que se introducía en la noche.
Pasajeros de otros tiempos aún se asomaban
a un universo de fulgurantes predicciones.
La orilla del lago se reflejaba en la ventanilla
el viento alborotaba cabelleras juveniles
el hombre de la camisa azul entró a la catedral
otros pasaron de largo entre flores oscuras
las muchachas desnudas en el bosque rumoroso
miraban a los que retornaban de la noche
la luna iluminaba a los pasajeros en el lago
uno de ellos dijo que nunca sospechó nada
era diciembre y el bosque ardía al mediodía
y en la noche no hubo flores en la catedral.
COYOACÁN
Sabía que debía caminar de una esquina a otra
aligerado del peso formal que delata a los viajeros
ya no tienes país me dije y caminas por un bello país
sin sombra ni recuerdos de paisajes florecientes
al fin volverás a ser una entidad muda y melancólica
debajo todo es húmedo y no fluye ninguna amenaza
para el que gobierna su locura y se abandona al sueño
arriba el cielo es luminoso y las aves sólo son aves
para estos sonidos apenas se necesita un mediador
un caminante que nunca escuchó nada en la tierra
un caballo y un tren una plaza y una vaga librería
quizás así responderías feliz a las voces de ayer
todo es un sueño para el equilibrista venido a menos
los sones de una orquesta popular el niño la manzana
el muerto con su violín el callado árbol de la noche
cruzo de una esquina a otra y veo cuatro policías
nunca estuve aquí nunca estuve allá nunca estuve
el aire es útil y la mecánica de los sueños también
nunca llegué a saber tanto de mí nunca me lo dijeron
será por eso que estiro los brazos y siento el agua
y desciendo como todo el mundo y me acomodo el ojo
como un inofensivo intruso que ha de retornar al hotel.
RUMALDO MATILDE SARDINA
Me mataron hace mucho tiempo a la orilla de un río
cuando dicho río corría apartando grandes árboles
y yo sólo era el acosado espíritu del bosque en las aguas.
Resucité velludo una mañana de octubre ávido de sangre
y de luz extraída de los incesantes confines del universo
primero caminé silbando por las quebradas del monte natal
apenas cubierto con el chiripá de mis fieros antepasados
una lanza en las manos unas boleadoras y el inasible puñal.
Otra vez me mataron en el campo raso de la frontera
bajo las estrellas que nada sabían de mundos oscuros.
Reaparecí como peón de una estancia llena de forasteros
y de mujeres achinadas hechas para el idioma del silencio
entre esos hombres y animales indómitos tal vez fui feliz
hasta que me mataron de un cuchillazo veloz y equivocado.
Fervoroso reanudé la marcha con mis muertes a cuestas
sobrio en los vendavales caprichoso en la primavera
seguido por hembras que dejaron todo por mi soledad
era amigo de los pájaros y me alimentaba de raíces
y era el sueño de alguien que nunca me perdió pisada.
En medio de libros y agobiado por arduos razonamientos
ya no aspiro el aire de las ciudades sino el otro aire
nada me consuela sino el aroma de la tierra en la noche
y cuando entro al lecho de sábanas blancas quizás duermo
o tal vez me desvelo como animal en celo y me encabrito
y amanezco cada vez más indócil a las letras de ni nombre
alarmado de pies a cabeza por las palabras que me habitan
señor peludo comiendo las flores de un jardín prohibido.
IDIOMA HABITUAL
Además de este idioma hablo otros
habitados por árboles y fantasmas
allí el viento es viento
canción de la vida a medianoche
cuando retornan voces y figuras
entidades ocultas a los ojos del profano
giros verbales de otros tiempos
y la gracia del maíz en el monte sonoro.
Al mediodía la plaza se ilumina
y miras el destino
las sienes calientes
de la multitud colmada de flores y sueños
con tantos náufragos que conocen la felicidad
y recuerdan a quienes un día se fueron
y volvieron con otro país en el corazón
con calles/habitaciones distintas en la memoria
dispuestos a reconocer en este mediodía
la música de lo ido
-la persistencia de lo ido-
en el transeúnte anónimo
desorientado por un pasado que no le compete
y sin embargo lo compromete a recordar
el presente sigiloso
adornado como siempre por el lenguaje habitual
por el que salen idiomas
árboles y fantasmas.
PARÁBOLA TERRESTRE
La voz es lo que es el hombre
el hombre resume su paisaje natal
el paisaje es la otra cara del paraíso
la voz es la guardiana de la palabra
la palabra nombra en silencio al paraíso
en la noche o al alba
el hombre siempre será
el guardián de lo imposible.
SEGUNDO AGUILERA
No me atrevo a nada salvo a recordar tu indumentaria
sombrero de ala ancha y cordial ciñéndote la cabeza
chaqueta de cuello corto cargada de botones y bolsillos
la señal del luto imborrable en la humilde manga derecha
el cinto de uso cotidiano despellejado por el esfuerzo
la bombacha cuya abundancia se reduce a muchos pliegues
las botas acordeonadas para caminar por otros tiempos.
Pertenencias para habitar tierras y follajes nocturnos
con la marca de una vida muy triste pero bien asimilada.
En linderos que al final sólo los incautos desdeñan
alguien doma el caballo que solía relinchar al alba
las manos libres y francas en el mapa de la llanura
el rostro sabiéndose imperturbable vecino de la eternidad
la frente ligeramente abierta a pensamientos asombrosos
los ojos elaborando un pasado para siempre imprevisible
asediados por la luz de una dicha repentina.
Y la bondad de haberte extraviado sin reproches mayores
en la incesante magia de tantos arrieros sin nombre.
HONORATO AGUILERA
He vivido mucho pero no lo suficiente para entender a los muertos
para comprender por ejemplo que alguien se llame Honorato
y renuncie al encierro de su voz en un sanatorio de Buenos Aires
lejos de los paisajes paraguayos que colindan con la tierra natal
los ojos volcados hacia penumbras que al fin se iluminan
la mano sobre jazmines que crecieron a la vera de otros cerros
el corazón rodeado de graves desconocidos que nunca envejecen.
Ninguna vida alcanza para presentir el milagro de los recuerdos
y no hay soledad ni ceremonial en la sorprendida soledad ajena
salvo materiales que golpean lo inasible con su forastera hermosura.
El viento de hoy no es la brisa que repentinamente se amansaba
entre la felicidad de los imprudentes y el aroma de los naranjales.
Afuera quizás sigue navegando la lujosa llanura de la noche.
Vastas poblaciones de difuntos reanudan su fervorosa marcha
orillando un país sin duda inútil pero cuajado de luceros
y mientras encerrado en su voz enmudece como un viajero dormido
me resucitan otra vez las muchas vidas que forman a un muerto.
(De El árbol de la tribu).