Liliana Ponce
(Argentina, 1950)
EN SU BOCA ARDE LA NOCHE...
en su boca arde la noche
descorre un paño azul
lleva al fondo la piedra, tapa el agujero
ni olvido
ni saciedad
todo lo que se ha amado destella
aún, termina
ni viaje
ni amor
en el mar los puentes se desploman con vehemencia
apoyan el fuego donde se abre el tajo
donde babean
MANIFIESTO...
Manifiesto, rehizo la región lejana del espacio donde te sorprende.
En el aspecto descubrió la transformación.
Juego –desplazamiento lunar, sol, serpiente de algún peligro.
Aureola opalina que inunda el placer, que crece inconfundible.
He aquí un día:
mientras no he sido todavía cortado.
BRILLO DE LO BLANCO...
Brillo de lo blanco que encandila
(nada ha caído).
Debilitamiento que demuestra que el blanco no engendra.
Otro posibilita todo.
Naturaleza –
(escribo bajo el susurro de una voz que no te ha conocido,
huyendo del frío,
riesgo del amanecer, y aún desde la aguda negación)
Discontinuo, nunca llamado.
Lugar que ha ocupado el lugar ocupante.
Decía: azul encendido
nada sagrado como ella atravesando la palabra con su cuerpo.
(De Trama continua).
CAERÍA DESDE LO ALTO...
Caería desde lo alto a la raíz
que su propio filo horada, como otra sustancia.
La cabeza en la sombra como una llama que refulge en el reposo.
–El mensajero al comienzo del camino
piensa la transformación del día,
señala una voz en el centro de la tierra: la estación eterna.
Caería, mientras una escarcha cerrara el árbol
y me estrechara el beso de la sombra
como poderosa roca
contra la muerte.
–El mensajero del día yace sobre el sueño de la araña,
imagina una voz,
la visión de la noche.
Caería. Cierto aire, un sentido
en el conocimiento del vacío:
sobre los pliegues del día,
el deseo donde él convierte el polvo de los dioses
en su lengua y en su espectro.
Avanzaría sobre los pasos cuando el ojo-cuervo
se acercara al rostro, comiera en mi carne,
boca a boca, a la hora apagada del silencio:
el equilibrio transfigurado en un objeto interior.
Caería
desde lo alto, lentamente,
a la respiración anfibia del viaje de invierno.
ALBA–UN DIOS HUYE DE MÍ...
Alba –un dios huye de mí.
El cuerpo se alza con fuerza.
Huye de mí y vuelve,
en la tiniebla sepulta a los nacientes:
espectros de los que se pierden en la duración.
Extiende sus alas,
succiona –
el espíritu finalmente en el fuego
y en los ojos de los que fuimos.
Un hilo se tiende sobre el error de la variación:
el espino blanco del hastío
arde sobre la conjunción nocturna.
Horizonte en la entrada de la bahía.
Su dedo hunde la perla negra
en la cima del tiempo
–el término del gesto que retiene el contacto:
el velo del pez.
Boca de la muerte–
eres la estrella de nieve errante.
(De Composición).
ALEGORÍA DE LA MAÑANA
1
Un rayo de luz, Thomas Carew,
Que aún no comience. Ningún rumor,
El silencio de ausentes detalles,
Un aire desgranado.
No hay todavía tiempo –el sueño suspende el cuerpo en sus lazos
Y él se hunde en el resto de la noche.
El beso áspero e indiferente
vendrá con su con su látigo en el galope de la locura
tan imaginaria como la razón que dice regir,
mientras ella, la anunciadora de la fuerza,
aparece bajo pliegues que crujen suavemente.
Cautela en la hora del pájaro.
Entra también el ángel llevando su cuchillo
y corta en el cuerpo sin sangre
–transforma al doble en el doble de sí.
Un rayo de luz, Thomas Carew.
2
¿Y ese resplandor no está también en la ruina
y la ruina de la memoria atravesada por infinitos deseos de olvido y su negación
–hundir la mirada y alimentar otros sentidos en el espejismo del miedo?
Atrás el viajero bordea las orillas de una tierra cercana vista en otro tiempo
–tanto hecho en lasombra y urdido en la sombra donde prueba la exaltación y la duda.
La servidumbre de la mente es una ley amarga.
El cuerpo es un Leteo ávido de tacto.
3
Suena la hora de la adormidera.
¿Vendrá sobre esta única mañana que, como un alba menor,
asesta dardos de neblina?
Y suenan las seis.
Es la hora de la dormidera,
meciéndome –lo fecundo es sereno, está oculto,
la tierra húmeda, silenciosa.
DIARIO
3
Días en que el sol abre un manto grave, denso. Y la lluvia imaginada es como una lámina de hojalata.
Todavía, francotirador de los domingos, me lanzo al chillido de los pájaros.
Hierba rala.
Me embriago con la luna, con los nombres de las quejas.
Cae el silencio: mi montaña, mi torre.
4
Es la tarde la que es eterna, la que deposita la melancolía sobre los párpados, la que me hunde en esta marea de espacios.
El punto relativo es el velo del dolor. No puedo caminar más que entre árboles.
¿Eres nueva en el puente invisible? – dicen.
Transfórmame, amado mío, haz que crezca en lo perecedero, en la muerte de mi infancia.
5
La forma es la lunación.
Respiro el olvido a través de tu ojo azul.
(De Teoría de la voz y el sueño).