Néstor Perlongher
(Argentina, 1949-1992)
EL POLVO
En esta encantadora soledad
—oh claro, estabas sola!—
en esta enhiesta, insoportable inercia
es ella, es él, siempre de a uno, lo que esplende
ella, su vaporosa mansedumbre o vestido
él, su manera de tajear los sábados, la mucilaginosa telilla de los sábados
la pared de los patios rayada por los haces de una luz encendida a deshora
ceniciento el terror, ya maculado, untuoso en esas buscas a través de los charcos
los chancros repetidos, esos rastreos del pavor por las mesetas del hechizo
rápidamente roto
esos destrozos recurrentes de un espejo en la cabeza de otro espejo
o esos diálogos:
“Ya no seré la marica de tu vida”, dice él
que dice ella, o dice ella, o él
que hubiera dicho ella, o si él le hubiera dicho:
“Seré tu último chongo” —y ese sábado
espeso como masacre de tulipanes, lácteo
como la leche de él sobre la boca de ella, o de los senos
de ella sobre los vellos de su ano, o un dedo en la garganta
su concha multicolor hecha pedazos en donde vuelcan los carreros residuos
de una penetración: la de los penes truncos, puntos, juncos, la de los penes juntos
en su hondura —oh perdido acabar
albur derrame el de ella, el de él, el de ellaél o élella
con sus trepidaciones nauseabundas y su increíble gusto por la asquerosidad
su coprofagia
Ella depositaba junto al pubis cofres de oro amarillo, joyas de los piratas
fruto de sus deposiciones y repuestos
y él era su manera de uncirse los zafiros y calzarse los aros en su verga
aquella corva y justa, espamentosa, cuya prestancia enrula las praderas de piel, el infinito poro
oh erupciones de un huracán canalizado, como rayos miméticos
o eructos de una empolvada saciedad
Su maquillaje
eran los bultos que en los días de feria exhiben los gitanos
halándolos desde las carpas de las tribus;
su sombra de los párpados
eran esas ojeras tormentosas de las noches de fiesta tropicales
y cuando, tras sus fornicaciones simultáneas, sus rítmicos
jaleos y sus exhalaciones de almidón y sus pedos, sus
dulcísimos pedos
deseleída la aurora en la polvera, nada
ni nadie pasa
(De Austria-Hungría).
EL ANULAR DE LÁTEX
Los anulares de obsidiana enrollan en torno de la uña la hulla, látex lacio, del aullido, haciendo huir a los cuerpos abotagados por la aureola de un verme en descomposición, un cisco que en las cachas se yescara. La circulada ungulación, los poros de hongos transpirando, supuran la raudez del torbellino por el resumen de una gota, robos de cifras en las superficies almizcladas de orina, traducción del traslúcido traspase. El raspaje, por las paredes de la góndola, rezuma, en moto, contorsiones de la encarnada cabecilla por las moradas ancas, insistencia de un desleír en la dureza. Si vacilan los cirios, en la cacha, es porque su temblorosa respiración lamina, en un refajo, las napas de piel, los anguilosos revestimientos del desnudo? El recato, en la arcada del jadeo, penetrado en la escopia, no deshila la ausencia de un frufrú? Esas enaguas almidonadas, no denuncian la olorosa fragilidad del alcanfor? Las nupcias, no las derrama despedazándolas en observaciones recreativas, el pedazo de cielo, breve ciclo, en la organza del brin? En ese festoné, cabría, como un arco, la raidez de los ocelos de la muerte, rosa, ronzando en el roznar la cabritilla tiesa del bigote? Al retorcerse de dolor, si aullidos, en la delicuescencia, confundíanse con el orgasmo del orlor, ribete
transpirado o traslúcido.
ABISINIA EXIBAR*
Óleo moreno, alza los peces de las ollas.
El que camina sobre el agua, coge la liza en el desliz,
liza amorosa, riza los remolinos del calambre,
rasguña el anillo bañado en oro colomí.
El que lamina las ojotas
trenza al peinado anillo harapos de
gualdez dilapidada, des-
gasta piedras en el cruce, roza
para que le fustiguen al venable
dólar sus cantos numinosos.
Y trementina, de que las unta, fijas
tapices en el clavo de vidrio
donde la piedra ha hecho de estaca
limado relumbror plateado verme
estría de pez palo.
El mercader, Ojos de Lago Negro, tonsa la púa con un moño, anzuelos
rayan la licuación, fija la fila que limita.
Ricercare, ruir, rehuir engalanado de medusa
para reaparecer vestido de peltre al otro lado.
No es un cantor original, tiene hijas que le escarban los dientes con “verguitas”,
fístula magna sobre el carril del eco un cariocentro blando
—sobre el alba del forro, calcina las gorduras.
Los manatíes merca por anguilas,
se acuclillan de robe los italianos.
Blanca la paja, el torno de ébano triza el esmalte colonial,
monda verrugas el pie plano.
Patinan los sebos marinos
piltrafas de mohín, piolines
blancos y pendurados en el escote de cereza
ligustros con remordimientos de doncella
para blandir con el chirriar del pasaporte la sorpresa del ébano.
Tocadores de ancianas fumadoras de polvos impalpables
penetras del jubón tonsado hilo nocturno.
Rimmel cobrizo el perdulario picaflor
vende lo que no pesca en los estrechos resistibles.
Sombra de párpados, vela la higuera el rigor
aplastando contra la ceniza el techo corredizo,
pues no había piraguas que condujesen a la cima
o retrajesen el mercurio a un grado cero del alambre.
Cuando los estallidos del esfínter
de cicatrices hunden el lomo del venado,
venable entorna las vidrieras que dan al fiord dominical
y le pregunta cuánto es.
A los polvos los guarda en un frasquito.
Guarda lo acumulado y lo que disipa lo descuenta.
Vuelve con unas pipas a vaciar el altazor de peltre,
desenrieda el crepé para jalar la caspa.
¡Abisinia Exibar! A los polvos los guarda en un monedero.
¡Abisina Exibar!Troncha el pámpano el negro de un vergazo.
¡Abisina Exibar! ¿Acaso no puedo cambiar de marca?
¡.....................!Los cubanos en bardas de terciopelo azul
se parapetan tras el baobab
que no puede mosquearse y chilla como un conejo.
Las coles, sus ocelos penetrantes de gato.
Los guardiamarinas, bajo la bandera de medusas.
Sin polvos, la boca se me hace un pomo.
Fumo, exhalo, la encía glacé.
Granada, incendiada por los blancos, zumba, rezumba
la sirena de leche agria en los acorazados italianos.
¡Exibar!No secuestren mis polvos que no voy a dormirme
y soñar con el negro de la adarga enjuta y el sollozo
morado, ni en la recámara de hurones
ni el filo de la bota barrosa y pegoteada.
¿Acaso no puedo cambiar de marca?
Libio, lumina loas como jabas
y los cetáceos arponeados
arropa con lerdos ademanes.
Licua lacar procesiones de hormigas en la garganta
con la rotundez del arpa,
lira tañida en un viscoso deslizar
eriza y jala, de la olla alza los peces planos.
En el vértice de la caramañola,
hay un jaguar mirando un gato;
en el vuelto tapiz, un búfalo despluma las ovejas
y el sueño plegado frunce la perla.
En la almohada caída, el bufar lame al simio,
caída es,
en el encaje empalagoso barro.
Si pulgas, en las heridas de las plumas.
Ni parpadeo ni colirio, lo velado rocía (o hace rosa).
Los dedos cremosos enardecen el dildo de la soledad.
Lima y hurgan, purgan, riman
líquenes líquidos con sostenes sucios,
alcanfor con dolor, martillo y boa.
Si se desliza en el lacar lunado
tiene la delicuescencia de los trépidos
y la franela de los tapires
contra los árboles errantes,
eso que simulaba un bosque
era una piscina de sábanas transparentes,
al zambullirse en el cristal tajado.
Los polvos, los recupera zambullido.
¡Abisina Exibar! No hay nada mejor en el mercado.
Los bocetos bicolores, con madrigueras para ladillas,
rematan el picor del “hombre drapeado”,
reman en contra de su aire.
¡Exibar!Pechos peludos, espejean tras las botellas.
Uno entra y le pide al tabernero un grifo.
Negros azules trocan sus guajiros.
Aquél le tuerce el cuello al cisne péltrico y un chorro de opalina
masculla las piernas secas como obenques.
En las burbujas del oxigenador, los polvos de la rubia.
La concha, polvos sulfurosos.
El alemán, y otro que acude a la superficie metalizada
para ver quién le pone el dedo en el sombrero caracol.
Naufragan los carros de Nereidas, y los matadores del atún
pintan hoyuelos almibarados al dorso de los velámenes.
Velan al “pez gordo de las siete”.
El de las ocho, viene servido con pulpo.
Los nueve dedos —uno se lo ha tronchado el manatí—
amaestran moscas de rayón en discos de óxido.
Estos discos están rayados, pero su huella les da el tono.
(La hiel, les ha venido de Dinamarca.)
¡Abisina Exibar! Salta la púa sobre los médanos polvosos
y me faltan los polvos, quiero saber quién los ha cogido.
Los ha cogido por mí, cuando yo alzaba todas las tapas.
Alza la veste el ruido de los soldados.
Mensajeros, ¡sospecho de todos los chasquis!
El lila no me favorece.
Se le ha dado por cogerlos, no debió haberlo hecho.
Sin los polvos, soy un saurio rosa en el Monumento a la Bandera.
La patria tremola en la inmolación de los mancebos
pero yo quiero saber quién ha sido.
(De Parque Lezama).
* Abisinia Exibar: Marca de polvos usada por Lezama Lima.